Gracias y desgracias

Los Monfortes siempre me han caído bien. A varios los tengo como mis amigos y espero que algunos de ellos piensen igual de mí...

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Los Monfortes siempre me han caído bien. A varios los tengo como mis amigos y espero que algunos de ellos piensen igual de mí. Son personas de alta inteligencia, gran calidad moral y espíritu solidario (no conozco a ninguno que no lo sea). De mis amigos los Raúles ya he hablado algunas veces aquí y en otros foros. Hoy lo quiero hacer de otro Monforte de igual calidad que ellos: don Wilmer Monforte Marfil, cabeza de una familia ejemplar de ganaderos en Sucilá.

Don Wilmer –nos informó Milenio Novedades (11-12-16)- acaba de ganar un premio muy importante en Querétaro con una cordera de la raza sudafricana Dorper blanco. No es de extrañar su éxito conociendo la calidad del trabajo que realizan don Wilmer y su familia –ganaderos, lecheros, queseros y restauranteros (muy recomendable pasar por su restaurante y quesería “El chaparral” a la vera del camino a Tizimín en su entronque con Sucilá y Espita, comer borrego –el consomé es de lujo- y comprar unos quesos frescos) y generosos promotores de la ganadería sustentable y de innovadoras formas de producir alimentos sanos.

Don Wilmer no creo que necesite reconocimientos. Su labor y sus logros hablan por él, pero siempre es bueno que se sepa lo que hace para que más lo imiten. Nunca lo he oído llorar como a otros ganaderos ni he sabido que vaya a implorar dádivas del gobierno. Es un empresario y sabe que a veces se gana y a veces se pierde, aunque él siempre ha militado en las filas de los ganadores (no siempre de dinero).

Contraste. El eterno contraste: una buena amiga lamentaba en un foro la pérdida a causa de la insólita lluvia nocturna del viernes de miles de recuerdos de su trabajo periodístico y de investigación y de su no tan lejana juventud: cartas, apuntes, recortes, libros. Quienes militamos en ese foro tratamos de darle ánimos –algunos comentaron que han sufrido pérdidas similares-, pero los que somos aferrados a los tesoros que se han ido acumulando sobre los años vividos (desde recuerdos en la memoria hasta libros y escritos que guardan jirones de la existencia) sabemos cuán difícil es asimilar una pérdida de ese calibre.

Sin embargo, cuando uno ya está en la curva de declinación –que comienza cuando se bordea la primera cincuentena- sabe que debe estar listo y “ligero de equipaje” (como dice Machado) y con el alma dispuesta a no llevar más que un sabucán lleno de buenas obras para el viaje inevitable. Así me gustaría ir: aleve el espíritu.

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