Gracias, don Julio

De don Julio no recibí más que cosas buenas: consejos, regaños, tips, amigos, lecciones, más regaños, un par de felicitaciones por algún reportaje, aderezado de esos abrazos intensos con el inevitable apretón de brazo final.

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Decidí estudiar periodismo por el Proceso de Julio Scherer.

Y tuve la suerte de toparme el primer semestre de universidad con que entre mis maestros estaban Carlos Marín y Froylán López Narváez. Y para colmo de buenas, Carlos me invitó, cuando aún era estudiante, a trabajar en Proceso. En el de don Julio Scherer.

Ahí pasé los primeros 12 años de mi vida profesional. Ahí me formé con los mejores, liderados por el más grande periodista mexicano de nuestro tiempo.

He sido muy afortunado.

Desde el primer día, de don Julio no recibí más que cosas buenas: consejos, regaños, tips, amigos, lecciones, más regaños, un par de felicitaciones por algún reportaje, todo aderezado de esos abrazos tan intensamente schererianos con el inevitable apretón de brazo final. Fue suya la loca idea que yo podía ser corresponsal en Washington y después que podía ser coordinador de información de la revista.

Fue mi inspiración, mi jefe, mi referencia y hasta mi casero.

Gracias, don Julio.

Lo que nunca tendré cómo agradecer es que hace casi 20 años me puso enfrente a María, su hija más pequeña, la única que se dedicó al oficio de su padre, para que yo fuera su jefe en Proceso.

Nadie, nunca, podrá recibir un mejor regalo que lo que me dio don Julio porque no hay amiga mejor que María Scherer.

Una foto de Ulises Castellanos acompaña hoy la columna. Es de dos gigantes que, como tantas veces amenazó don Julio, se fueron juntos.

La historia del periodismo mexicano se escribe con ellos dos como protagonistas.

La de mi vida también.

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