El gran cuaderno

Es una novela corta que lleva en imágenes escritas el desarrollo y el crecimiento mental y emocional de dos hermanos gemelos...

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A Pilar

Fueron horas lo que nos tomó leer el libro que ocupa esta semana. Esas horas y las impresiones de dos; esa complicidad nocturna entre instantes de asombro donde los ojos permanecieron muy abiertos ante un impacto de letras y acciones, párrafos dolorosos y palabras exactas. Las lecturas compartidas siempre son mejores. Fuimos sacudidas. 

El gran cuaderno (1986) de Ágota Kristof es una novela corta que lleva en imágenes escritas el desarrollo y el crecimiento mental y emocional de dos hermanos gemelos cuyas acciones sobrepasan la importancia de tener nombres con los cuales poder referirnos a ellos. Diremos que eran tiempos de guerra, probablemente sea la época posterior a la Segunda Guerra Mundial. Sabemos que alguna ciudad fue bombardeada y por ello la madre de los gemelos decide llevarlos a la casa de su infancia donde su abuela no los espera, ni los desea.

Partimos de sentimientos duros, pues no cabe lugar para la tristeza y la empatía parece un ejercicio absurdo; es decir, el impacto es unilateral. Durante la lectura, cargamos nuestras sensaciones con angustia. Los personajes, por el contrario, se mueven entre acciones naturales como quienes han aprendido que las tragedias también pueden convertirse en algo cotidiano.

Con este tono, la inocencia infantil se pierde entre una serie de estrategias de supervivencia. Los hermanos deciden ejercitarse en el endurecimiento del cuerpo y del espíritu, en el arte de la mendicidad y en habilidades complementarias de ceguera y sordera, así como ejercicios de ayuno y crueldad. ¿Es que estos niños han descubierto la clave para sobrevivir a la degradación humana? La fortaleza se mide mediante golpes y hambre, y para mantener la sanidad se recurre a la formación intelectual. El cariño y las caricias son ahora recuerdos, han sido bloqueados de la mente porque la ternura puede resultar dolorosa.

El impacto es inevitable y la crudeza de los niños se resiente en el estómago aun cuando sus acciones fueron realizadas con sinceridad: matar para aliviar, robar para ayudar, sobornar para proveer. Esta novela se cierra con una dificultad agradecida, fuimos sacudidos.

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