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Si Miguel Hidalgo resucitara...

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¡Gratis, hasta puñaladas!, solía decirme a cada rato un buen amigo. No puedo estar más en desacuerdo con esa frase.

Y no se imaginen que en esta ocasión vamos a abordar el tema de la tolerancia y el respeto a la diversidad sexual, eso tal vez lo hagamos más adelante. Por ahora quiero referirme a un concepto, que como no lo he oído antes en ninguna otra parte, puedo decir que yo lo he denominado “la esclavitud de lo gratuito”.

¿Esclavitud? ¿Es que acaso esa cosa no la abolió el cura Hidalgo el 6 de diciembre de 1810? ¿A qué me refiero entonces?

En el ejercicio de mi labor como empresario de la construcción, constantemente me encuentro en diversas dependencias o municipios, que no cuentan con dinero para pagar la elaboración de proyectos, mucho menos uno bien hecho, detallado, listo para ser construido por una empresa constructora seria y responsable. Entonces abundan por ahí algunas personas que ofrecen hacer un proyecto. ¿Cómo se imaginan?, ¡pues claro que sí: gratis! Entonces eso crea inmediatamente un vínculo, una atadura, un sometimiento, o, como yo lo llamo, una relación de esclavitud de uno con respecto al otro, ya que para pagar tan enorme favor, entonces la obra proyectada tiene que hacerla el generoso proyectista.

Y sin necesidad de meter el tema de la corrupción, que por cierto es muy raro que suceda, esto ya trae por sí solo muchas consecuencias negativas, porque le resta capacidad de rectoría a la autoridad, y quienes presentan esos proyectos lo hacen sin seguir un plan, una estrategia, una visión de futuro, si es que la tiene quien recibe ese proyecto y autoriza su ejecución.

Otro ejemplo de esto es el de los paraderos de autobuses y cabinas telefónicas que inundan las aceras de la ciudad. No estoy muy seguro de cómo opera el asunto, pero imagino que una empresa acude a la autoridad y le dice: “Oye, fíjate que, como soy muy generoso, instalaré en la ciudad que gobiernas un montón de paraderos de autobuses. ¿Cómo crees?, ¡completamente gratis!, así no tienes tú que gastar en brindar un servicio a la ciudadanía que es tu obligación prestar. Solamente que, a cambio, esos paraderos llevarán un espacio para publicidad que yo venderé para recuperar mi inversión”. 

No suena nada mal, solamente que si el diseño de tales paraderos es feo y enturbia la imagen urbana, si se ubican en lugares inapropiados, si ocupan todo el ancho de la acera y entorpecen la movilidad peatonal, pues no podemos decir nada porque son gratis, nos están haciendo un favor, y nos convertimos en sus esclavos.

Y eso que los paraderos son bastante necesarios, pero ¿cabinas telefónicas? Hoy hasta las personas más pobres llevan un celular en la mano. Claro, por eso algunas cabinas ni siquiera tienen teléfono, y ¡qué horribles son!

Si Miguel Hidalgo resucitara seguramente diría: ¡Qué caro nos sale lo gratuito! Y enseguida lo aboliría, so pena de caerle a puñaladas al infractor.

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