Hambreados y gorditos, el estado crítico de nuestra salud

Las empresas de alimentos tienen un enorme poder frente a gobiernos y legisladores.

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Acaba de estrenarse en los puestos el ejemplar de marzo de la revista Nexos. El asunto principal lleva por cabeza de portada: “Malcomidos. Hambre y obesidad”.

Los editores juegan inteligentemente con esta idea: El gobierno acaba de lanzar una campaña con muchos recursos para combatir el hambre, causa de muerte de 11 mil mexicanos el año pasado, según dijo el presidente Peña. Pero por comer lo que no debemos, en maneras que no debemos, murieron 500 mil mexicanos durante el sexenio de Caderón.

Tomo del libro Obesidad en México, de la Academia Mexicana de Medicina, realizado en colaboración con la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Nacional de Salud Pública, los siguientes datos:

“De 1980 al año 2000, se identificó un incremento alarmante de 47% en la mortalidad por diabetes mellitus tipo 2, pasando de ser la novena causa de mortalidad en 1980 a la tercera en 1997, a la segunda causa de mortalidad a escala nacional en el 2010 con cerca de 83 mil defunciones.

En un análisis sobre la carga de enfermedad en México, utilizando datos de 2004, 75% de todas las muertes ocurridas en el país estuvieron causadas por enfermedades crónicas no transmisibles relacionadas con la nutrición (ECNT). Las principales causas de mortalidad fueron diabetes mellitus, enfermedad isquémica del corazón y enfermedad cerebrovascular.

Los principales factores de riesgo responsables de la mortalidad fueron el sobrepeso y la obesidad, las concentraciones elevadas de glucosa en sangre, el consumo de alcohol y el tabaquismo. Únicamente el sobrepeso, la obesidad y la glucosa elevada explicaron 25.3% del total de las muertes en el país”.

“El costo de la obesidad ha sido estimado en uno de los capítulos de este libro en 67 mil millones de pesos en 2008 y se calcula que para el 2017 fluctúe entre $151 mil millones y $202 mil millones al 2008. De no actuar de inmediato, el costo que pagará la sociedad en las siguientes tres décadas será mucho mayor a la inversión requerida para implementar estas acciones”.

El domingo pasado en la revista dominical de The New York Times, Michael Moss, un galardonado reportero de salud del diario, publicó un adelanto de su próximo libro, en el cual describe el increíble proceso de diseño químico de las compañías productoras de alimentos para que sepan de tal manera, contengan tales sustancias, que nos convirtamos en adictos a comida chatarra que engorda sin nutrir.

Cito un párrafo explicativo de los alcances y contenidos de su reportaje:

“El público y las compañías de alimentos han sabido por qué los alimentos dulces, los alimentos salados y las grasas no son buenas para nosotros en las cantidades que los consumimos. Entonces, ¿por qué la diabetes y la obesidad y la hipertensión siguen en una espiral fuera de control? No es solo una cuestión de fuerza de voluntad por parte de los consumidores y una actitud de dar-a-la-gente-lo-que-quiera por parte de los fabricantes de alimentos.

Lo que me encontré, después de más de cuatro años de investigación y de reporteo, fue un esfuerzo consciente —que sucede en laboratorios y reuniones de marketing y pasillos de la tienda de autoservicio— para que la gente se enganche en los alimentos que son convenientes y baratos.

He hablado con más de 300 personas algunas empleadas por la industria de alimentos procesados y otras que ya no lo están, de los científicos a los vendedores a los presidentes de compañías.

Algunos estaban dispuestos a denunciar, mientras que otros hablaban de mala gana cuando se le presenta algunas de las miles de páginas de memorandos secretos que he obtenido desde el interior de las operaciones de la industria alimentaria.

Lo que sigue (el reportaje, el libro) es una serie de estudios de casos pequeños de un puñado de personajes cuyo trabajo entonces, y su perspectiva ahora, una luz sobre cómo los alimentos son creados y vendidos a personas que, sin ser impotentes, son extremadamente vulnerables a la intensidad de estas formulas industriales y campañas de venta”.

Este es el vínculo del artículo completo: (http://www.nytimes.com/2013/02/24/magazine/the-extraordinary-science-of-...)

La última Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut 2012) encontró prevalencias de peso excesivo de 73% en mujeres y 69.4% en hombres adultos, 35.8% en adolescentes de sexo femenino, 34.1% en adolescentes varones y 32% en las niñas y 36.9% en niños en edad escolar.

No es sencillo revertir estas tendencias.

Después de todo, lo que engorda sabe bien. Lo salado y lo dulce y lo grasoso. Y las empresas de alimentos tienen un enorme poder frente a gobiernos y legisladores. Pero el gobierno tiene una responsabilidad, al menos, sobre los niños y jóvenes. Los esfuerzos porque no se vendan en las escuelas han resultado en parches sin efectos. La idea de la “autorregulación” de la industria es un chiste.

Urge repensar cómo comemos, qué comemos y cuál es el papel del gobierno frente a la crisis. Los costos los pagamos todos.

Twitter: @puigcarlos

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