Hartazgo

De nuevo suscribo una breve ficción de mi autoría, con el afán de no cansar al lector de esta columna sabatina.

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En esta ocasión, de nuevo suscribo una breve ficción de mi autoría, con el afán de no cansar al lector de esta columna sabatina sobre crítica cultural y reseñas literarias con mis señalamientos, en la espera de que este respiro creativo contribuya a que usted, amable seguidor, regrese a este espacio con agrado y, ¿por qué no?, con la expectativa de qué deparan estas letras en sus ires y devenires semanales. Si es así, me hace un honor, máxime si lo leído es de su agrado…

Esa mañana desperté, como tantas otras veces, un poco ebrio y bastante desvelado por culpa de la delgada morenaza que dormía a mi lado con sus generosas curvas al aire y al descubierto de mis obnubilados ojos.

Mas sorprendentemente, ese día no esbocé ninguna sonrisa de satisfacción ni ningún ademán de primitivo orgullo masculino. Lo único que alcancé a ver dibujarse en el espejo fue una mueca que se iba formando en la comisura de mis labios, una grotesca gesticulación que invadía mi entrecejo como una epidemia que contagiaba todo mi rostro, un rostro donde los antes cristalinos ojos ahora dejaban ver unas terribles pupilas dilatadas rodeadas de vasos sanguíneos a punto de reventar.

No pude evitar exhalar un grito que fue sofocado por mi inmediata repulsión ante la imagen que me miraba horrorizada en el empañado espejo y la nauseabunda sensación de percibir un aliento añejo y podrido de olores cuyas reminiscencias evocaban un buen mezcal, pero que ahora se habían convertido en efluvios bacteriales dignos del monstruo que no dejaba de mirar atónito su propio semblante.

Ese esperpento salido de la peor pesadilla de Goya no era otro que una figura ya conocida por mi persona y que no sin gran esfuerzo creí haber logrado olvidar, pues a menudo me tropezaba con ella en la calle, generalmente después de una noche de parranda y en la cual a través de los vapores del alcohol uno cree ver el reflejo de una silueta conocida mas no identificable.

Ese ser decadente y desgarbado dibujaba la transfiguración creada por mis propios disparates, que a base de forzadas sublimaciones acabó por convertirse en una cómica representación de la verdad, una verdad tan dolorosa e hiriente que al fin no hizo otra cosa mas que mostrarme lo que se ocultaba detrás de la máscara...

Mi perfil, mi cara, mi verdadera faz. El rostro del hartazgo.

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