Hasta ahora, Peña Nieto ha hecho la tarea
Más allá de las posibles apreciaciones, los sueños, los buenos deseos, los espejismos y las esperanzas, llevamos a cuestas un pesado fardo de asignaturas pendientes.
Se habla de que México va a superar a Brasil como primera potencia económica de Latinoamérica. No es precisamente una reedición del “momento mexicano” del año pasado, esa entelequia imaginada por los mercados internacionales cuando Peña Nieto llegó al poder, sino algo mucho menos visible que se deriva, de todas maneras, de la sorprendente oleada reformista que impulsó el actual presidente de la República.
Ahora bien, más allá de las posibles apreciaciones, los sueños, los buenos deseos, los espejismos y las esperanzas, llevamos a cuestas, como país, un pesado fardo de asignaturas pendientes y proyectos sin realizar. Simplemente, el tema de la pobreza —que, en sí mismo, bastaría para refutar machaconamente nuestros progresos en rubros como la industrialización, la liberalización del comercio exterior o el manejo de las finanzas públicas— sigue estando ahí, a pesar de la colosal cantidad de recursos públicos (mal)gastados en el combate a la desigualdad.
Y en muchos otros renglones pareciera que nos persigue una incesante fatalidad al punto de que los ánimos nacionales andan muy de capa caída: la gente parece solazarse en un riguroso pesimismo que, sin embargo, es tal vez entendible en tanto que refleja, hoy día, la decepción colectiva de una nación que se esperanzó grandemente al comenzar la transición democrática.
Y, miren ustedes, luego de la asombrosa alternancia (quienes hemos vivido otras épocas nos pellizcamos todavía para ver si no estamos soñando), el PRI está de vuelta. No era deseable, desde luego, que el Partido Acción Nacional se eternizara 70 años en el poder (en lo personal, nunca me ha parecido una aspiración legítima eso de querer ganar siempre las elecciones). Pero, este retorno de los mismos de siempre no deja de ser, también, bastante asombroso.
Bueno, y ¿a qué han venido el PRI, ahora? ¿A gobernar como en la década de los años 60? ¿A reprimir la protesta social? ¿A dilapidar los recursos públicos y causar una pavorosa crisis económica? ¿A restaurar el discurso demagógico de antaño y restituir el culto a la figura presidencial? No lo creo, con el perdón de todos esos lectores que, un día sí y el otro también, denuncian una vuelta al pasado como si este país no fuera ya irreversiblemente diferente.
Limitemos esta apreciación, de la manera más parcial, a tres puntos: para empezar, no hay ya periódico alguno, como aquellos de mis tiempos, que se sienta obligado a reproducir en portada, todas las mañanas, las declaraciones de un primer mandatario que pontificaba como el oráculo. Por el contrario (y esto, independientemente de la disposición que pueda tener la prensa) Peña Nieto mantiene un perfil bajo, sin triunfalismos ni excesos.
En segundo lugar, una gran parte de la población, justamente, no sólo no se traga ya el discurso oficial sino que está inmutablemente en contra del régimen, si no es que del “sistema” en su conjunto. Y esa gente tiene voz… y voto: ha elegido a Mancera en la capital de todos los mexicanos, ve reflejadas sus opiniones en los medios, se organiza en grupos de acción, protesta en las calles, aclama a Obrador (que, encima, en su condición de primerísimo opositor de la nación —y de piedra en el zapato—desempeña un papel muy importante para preservar los equilibrios en el escenario de lo público) y participa abiertamente en actividades políticas.
Y, finalmente, el propio PRI ya no es el mismo: recordemos que promovió, en su momento, una reforma política, que impulsó la creación de instituciones independientes y que se acomodó, como cualquier partido en una sociedad democrática, a la realidad de la alternancia en el poder. ¿Dictadura perfecta? No. ¿Democracia imperfecta? Desde luego que sí, sobre todo en lo que toca a la rendición de cuentas. Pero, en este estado de cosas, todos los partidos son responsables, no nada más el PRI.
Volviendo al tema de las asignaturas pendientes, Peña Nieto, por lo pronto, ha hecho los deberes. Le falta mucho camino por andar, es cierto. Y deberá, sobre todo, hilar muy fino al moverse en el ámbito de su natural pragmatismo y afrontar, por otro lado, el reto, histórico, de cambiar de veras este país. Al tiempo…