Héroes y villanos

La apertura de información producto de internet y sus derivados, crea en los usuarios la necesidad de procesar un caudal mucho más rápido de lo que pueden hacerlo...

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La apertura de información producto de internet y sus derivados, crea en los usuarios la necesidad de procesar un caudal mucho más rápido de lo que pueden hacerlo, y ante este escenario, se recurre a los viejos vicios del mundo fuera de línea: los bandos. 

Tal vez una de las actitudes más primitivas del ser humano es dividir el mundo en blanco y negro, y esta actitud choca con los matices de gris que las redes sociales ponen a disposición de los “internautas”. La opinión sobre los hechos del mundo, la exposición de motivos y agendas públicas y privadas, genera cierta complicación al momento de intentar crear una opinión propia sobre estos acontecimientos, máxime, si vivimos inmersos en la web. 

Para solucionar esto, los usuarios recurren –recurrimos- a la primitiva clasificación del mundo en buenos y malos, creando en nuestros “timeline” una versión endulzada de la realidad “online”. Héroes y villanos merecen en “tweets” y “post” nuestra comprensión o crítica, dejando de lado la neutralidad de la red social, pues aunque ambos personajes realicen los mismos actos, la magia de la web “lava” los pecados del héroe “twittero” que se amolda a nuestras ideas. 

La razón de racionalizar este aspecto de la vida en línea, es darnos cuenta que, en esencia, los usuarios de internet no tenemos aún la capacidad de decisión libre de influencias negativas como tanto se cacarea en ciertos ámbitos y contextos sociales. A pesar de contar con acceso a la anacrónicamente llamada “supercarretera de la información”, seguimos los mismos patrones de comportamiento tradicionales de lector de medios impresos, radioescucha o televidente: sólo damos cabida a aquello que dice lo que se amolda a nuestra idea de la realidad. 

Para alejarse de esa situación, los usuarios de redes sociales aducían pertenecer a una generación “abierta”, crítica y con posibilidad de conocer todas las versiones de un problema para hacerse de una opinión propia. Sin embargo, la realidad los rebasó: la decisión entre lo que es o no correcto, se convirtió en algo más difuso y complicado, tanto que en internet, hoy en día es difícil defender las opiniones discordantes con las que el “gran público” en línea ha definido como “correctas”, y aún más, ir en contra de los “héroes digitales”, a quien se les perdona todo, hasta el pecado de la soberbia. 

Ejemplo tenemos varios, y el más reciente es el connotado periodista Jorge Ramos y su “pique” contra Donald Trump, siendo el último escenario una conferencia de prensa de donde el aspirante a la candidatura presidencial republicana mandó sacar al comunicador. Este hecho enervó a las buenas conciencias en redes sociales, ahondando el odio –ganado a pulso- contra el magnate estadounidense, y la admiración simplona por Ramos. 

Sí. Leyó bien, “admiración simplona”, porque si bien Jorge Ramos ha puesto en alto el poder de la comunicación latinoamericana en Estados Unidos, también es muy cierto que, el hecho de ir a donde sabe uno que no es bienvenido, ralla en la provocación premeditada, haciendo que el periodista cometa el máximo pecado dentro de los medios: ser la noticia, en lugar de la nota. 

A pesar de esto, la red social se ha volcado en defensa de la libertad de expresión, aún cuando, la semana pasada, criticó a rienda suelta a quienes expresaron su descontento por la prohibición de las corridas de toros en Coahuila, hecho que a pesar ser algo positivo sobre el respeto a los animales, tampoco tienen porque gustarle a todos. Incluso, yendo a asuntos más nimios, los mismos usuarios que acusaron de oportunismo al presidente por el #calcetagate, son incapaces de ver como Jorge Ramos -con todo y su justificada argumentación contra Donald Trump-, logra ser el centro de la noticia, no por sus cuestionamientos, sino por una provocación que, de ser otro personaje, las redes sociales ya lo habría “crucificado” por su “obvia actitud golpeadora”. 

Lo más sano es tener cuidado con lo que nos encontramos en redes sociales. Más allá de los “virus que etiquetan” en videos pornográficos, el mayor peligro para nuestra integridad está en ser víctima de nuestros propios prejuicios, mismos que se digitalizan en el contenido de nuestro “timeline”. 

Recordemos un viejo y conocido dicho: cuando todos opinan lo mismo, es momento para detenerse y pensar si estamos en lo correcto.  

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