¿A tus hijos, les fomentas su entusiasmo?

El alimento emocional del niño es el juego y su entusiasmo. Son una necesidad innata; y si no los interrumpiéramos nunca jugarían durante horas, días, semanas...concentrados en las cosas más complicadas.

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Cuando el niño deja de creer en si mismo es cuando empieza a peder su confianza. ¿Por qué? Porque percibe en los adultos una señal muy clara: “No eres perfecto”, seguida de otra: “Si quieres serlo, debes de hacer lo que yo te diga”. Por ejemplo, si llora, tratamos de hacerle callar; si se mueve demasiado, le decimos que se esté quieto; si se mancha, hay que limpiarle...Y como somos importantes para él, termina por acomodarse, se apaga emocionalmente, y olvida lo que realmente necesita.

En el niño la sensación de no estar bien, de no ser lo suficientemente “bueno”, activa en su cerebro los mismos circuitos que los de un daño físico muy intenso. Para aliviarlo el niño no puede cambiar la opinión de los demás. La única opción que le queda es modificar su propia apreciación. Y este es el principio de quitarle su autenticidad y acaba por desconectarse de sus necesidades.

El alimento emocional del niño es el juego y su entusiasmo. Son una necesidad innata; y si no los interrumpiéramos nunca jugarían durante horas, días, semanas...concentrados en las cosas más complicadas. Al impedírselo estamos matando su inclinación natural al aprendizaje.

Los neurobiólogos han descubierto que debido a la proliferación de los juegos electrónicos la región del cerebro responsable de los movimientos del dedo pulgar está mucho más desarrollada en los jóvenes de ahora que en los de hace cuarenta años. Se pensó crear entrenamientos específicos para potenciar otras áreas de la misma manera. Pero eso no funcionó. Porque nuestro cerebro se desarrolla exclusivamente ahí donde lo “utilizamos con entusiasmo”. El proceso químico del entusiasmo es una especie de abono cuando nos apasionamos con algo. Nuestros centros emocionales se activan y vierten entusiasmo a las neuronas. En el cerebro de un niño de 2  a 3 años se observa una tempestad de entusiasmo cada 3 minutos; en el adulto cada 3 ó 4 veces al año.

Buscamos el éxito y la competencia en nuestros hijos, deseamos que ellos consigan diplomarse y sean grandes profesionales.

Pero estos son efectos secundarios del entusiasmo. Cuando vives una pasión, cuando te interesas sinceramente por algo te conviertes en un imán, magnetizas la información y las oportunidades llegan solas. Es cuando el mundo conspira contigo y logras el éxito a base del entusiasmo.

Hay que darles a nuestros hijos mucho amor y comprensión. Hay que buscar en ellos qué les emociona, qué les apasiona y qué les hace soñar. Entonces veremos que van a desarrollar con un verdadero entusiasmo. Para que ellos tengan éxito, primero tienen que tener entusiasmo, el éxito y lo demás va a llegar solo. 

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