La inmensa Babel de la vida

"Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna"...

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Alex Grijelmo dice que el español es obra de un genio misterioso, “el genio del idioma” -título de uno de sus libros-, cuyas decisiones han resultado tan coherentes para enriquecer nuestra capacidad de expresarnos, que lo imaginamos como un ser sensacional “que ha organizado todo con pulcritud” en su lento trabajo de siglos, pero es en realidad el alma de cuantos hablamos la lengua y somos quienes la gobernamos. Las gramáticas y “autoridades” son en realidad precisiones al paso y, como el habla manda, las ortografías su retrato más efímero. 

Ese genio, que se supone amenazado por el avance tecnológico y la globalización, podría más bien estar vigorizándose. Nuestra lengua es la tercera más hablada del mundo, después del chino mandarín y el inglés, así que lo que el mismo Grijelmo llama el ADN de la lengua –sus raíces ancestrales, sus modos y su prolijo registro de voces- seguirá creciendo y enriqueciéndose aún más con esas nuevas maneras del habla electrónica. 

En 1997, en su hermosa  intervención en el primer Congreso Internacional de la Lengua Española, Botella al mar para el dios de las palabras, Gabriel García Márquez dijo provocadoramente: “La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual”. 

Y ante la avalancha nos dice que “simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes…”. Y más radical: “Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna…”. Acaso en la comprensión y convergencia de tantas palabras hay algo del retorno al habla primera, forma de superar la remota confusión de las lenguas en Babel. 

Hoy, la faz de las aguas sobre las que sobrevuela el espíritu se alumbra con los haces eléctricos de Internet y el dios de las palabras trae ahora una cohorte de angelillos ayudantes: “buscadores” semánticos cada vez más inteligentes y  traductores automáticos para al menos pedir un sándwich en el extranjero. Los perezosos pueden apostar y simplemente poner en Google: “Voy a tener suerte” para atinarle; los exquisitos, ser más precisos; y los esquizofrénicos, hundirse en delirantes “búsquedas”.

Como dijo don Gabriel: “El gran derrotado es el silencio… la lengua española tiene que prepararse para un ciclo grande en ese porvenir sin fronteras”.

Claro que, como renuente a las faltas ortográficas, el radicalismo de don Gabriel me preocupó, pues en Yucatán tendríamos que escribir “conio” en vez del más universal “coño”. ¡Guay! Es que aunque hablemos con faltas de ortografía, una cosa es decirlas y otra escribirlas. Claro que bastará que en el futuro Gran Diccionario Babel del Español (que imaginariamente incluirá todas las voces de la lengua, todo su ADN) pongamos simplemente otra acepción: conio. m. Méx. Yuc. coño.

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