Horas postreras del período vacacional. Inicio de la recta final de otro ciclo lectivo. Será pesado el regreso con ese invento humano llamado “Horario de Verano”.

Siempre me ha intrigado saber qué lapso de tiempo se encuentra atrapado en una fotografía. Si hay millonésimas de millonésimas de segundo, ¿capturamos vida en el click? Y hoy, como ayer, como siempre, considero el tiempo como uno de los tesoros más valiosos de la vida. Por eso no tolero la impuntualidad o que alguien rompa el breve, sagrado lapso de vida que comparto con mi círculo íntimo.

La primera vez que una mano política tocó el tiempo fue en el sexenio de José López Portillo, cuya inolvidable Rosa Luz Alegría lo convenció de adelantar una hora el reloj en pleno invierno. El regreso a clase en ese enero fue fatal: la bóveda celeste comenzaba a aclarar como a las 8 horas de los relojes y, para las 10, casi todos mis compañeros estaban dormidos sobre sus pupitres.

Luego vino otro experimento, hace 20 años, que no cuajó porque, en ese entonces, el comercio organizado de Mérida se fajó los pantalones y defendió su rotundo no al cambio de horario con base en sus recibos de luz: no sereflejaba el pregonado ahorro energético en sus consumos.

Desde 1996 el Horario de Verano es obligatorio. Los expertos recomiendan no oponer resistencia mental; simple y sencillamente el próximo domingo, a las dos de la madrugada, adelantaremos las manecillas sesenta minutos al insomnio. Ayer fuimos alumnos, hoy somos papás, invirtamos antes del domingo unos minutos en preguntarnos: ¿Mandamos a nuestros hijos a la escuela sólo para que pasen las materias y tengan un título, o para aprender?