Ibes no alubias... y menos judías

El diccionario, por muy de la RAE que sea, no le da unidad al idioma. Le dan unidad y coherencia la ortografía y la gramática.

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En asuntos del lenguaje –hablado y escrito- siempre caminaremos sobre terreno resbaladizo y estaremos, como en la casa del jabonero, en peligro de patinar. A mí me ha ocurrido muchas veces y espero que me siga pasando, porque de esos porrazos aprende uno y va buscando lo que los doctos en el tema generan o proponen. Sin embargo, trato de no olvidarme de la máxima que algún maestro sembró en mi mente: en estos pagos sólo hay un soberano mandante y es el pueblo, dueño del idioma, cualquiera que éste sea.

De modo que, con todo respeto para la RAE (la española academia que dice que “limpia, fija y da esplendor” a un idioma que ya no es de los peninsulares de “allende la mar océano” sino de cerca de 500 millones de hablantes), lo que diga si bien es atendible no es obligatorio de ningún modo y la “docta institución” no puede obligarnos a acatar lo que desde sus vetustos salones se dictamina y dispone.

En Yucatán decimos y decimos bien ibes (a lo mejor una tergiversación de habas) a lo que ellos llaman alubias –pida usted lomitos fritos con alubias (o judías o habas) y verá qué le contestan-. Nuestra tortilla no tiene nada que ver con la suya y el sobaco de ellos es nuestro xik. Y es tan válido que nosotros usemos nuestros vocablos como que ellos hagan lo que quieran con los suyos. No tengamos miedo ni reparo en hacerlo.

El diccionario, por muy de la RAE que sea, no le da unidad al idioma. Le dan unidad y coherencia la ortografía y la gramática.

Por eso debemos preocuparnos cuando vienen quídams –incluso famosos- a pedirnos jubilar unas letras o firmar tratados de paz con otras, o ignorantes que nos dicen que les vale una celestial chin… cómo esté escrito si se entiende. O los mismos académicos que disponen que el acento diacrítico se use cuando nos dé la gana.

A esos abusos y ex abruptos sí hay que temerles, no a la llegada de nuevas palabras para enriquecer el caudaloso río del idioma que desde siempre ha recibido influencias de fuera: árabe, latín, griego, inglés, francés… y hasta maya: anolar.

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