Imágenes de un 16 de septiembre

La avasalladora presencia de las multitudes suele ser incómoda, pero ahí, en ese momento, no había nada de lo que habitualmente molesta.

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Tenía yo algunos pendientes de trabajo, ayer mismo, en el Paseo de la Reforma, y cuando hube terminado no se aparecían todavía por la zona los contingentes de las fuerzas militares que participaron en el gran desfile del 16 de septiembre. Pero la gente ya estaba en el lugar, agrupada en los bordes de la avenida, muy dispuesta a aclamar a sus soldados y a rendir tributo a su bandera.

La avasalladora presencia de las multitudes suele ser incómoda, por no decir inquietante, pero ahí, en ese momento, no había nada de lo que habitualmente molesta: ni bullicios, ni tumultos, ni agresividades gratuitas. Por el contrario, esos ciudadanos exhibían una ejemplar urbanidad, bien acomodados ya en la sillitas que habían dispuesto a lo largo del recorrido, aguardando tranquilamente la llegada de los primeros grupos. Me vino a la cabeza, entonces, el pensamiento de que una gran mayoría de las personas que habitan en este país —un territorio asolado, sobre todo, por el insidioso virus del pesimismo, auténtica epidemia nacional— son gente de bien. Mujeres y hombres sencillos, perfectamente capaces de estar ahí, en la mañana de un día festivo, bien tranquilos, sentados en la orilla de una hermosa avenida, agitando jubilosamente sus banderas con sus pequeños.

El nacionalismo pendenciero, a diferencia del genuino patriotismo, suele manifestarse de fea manera. Y sí, ayer desfilaron los militares del Ejército y la Armada, esos mismos que realizan valientemente el trabajo sucio que toca a las policías. Pero la gente no iba a festejar la violencia ni mucho menos. Quería simplemente celebrar, sin estridencias o destemplanzas, su sosegada mexicanidad.

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