Inversión privada en Pemex: el tema (todavía) prohibido

Nuestro país disfruta de una ejemplar solidez en sus finanzas públicas, una envidiable estabilidad macroeconómica y una capacidad productiva.

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El futuro inmediato de México es muy prometedor: será uno de los principales destinos para los inversores del exterior, crecerá económicamente por encima de la media mundial, comenzará a desplazar poco a poco a China como proveedor de manufacturas, se afianzará como una potencia exportadora de automóviles e irá consolidando una clase media con mayor poder de compra.

Y es que nuestro país disfruta de una ejemplar solidez en sus finanzas públicas, una envidiable estabilidad macroeconómica y una capacidad productiva, a diferencia de esas economías de Sudamérica sustentadas en la exportación de materias primas, que garantiza unos colosales niveles de comercio con nuestros socios de Norteamérica. Estamos, además, expandiendo nuestros mercados hacia el subcontinente latinoamericano y recibiendo los capitales de muchas corporaciones multinacionales a las que no les resulta atractivo invertir en las anémicas economías europeas. Seguimos cosechando los beneficios de la herencia dejada por Ernesto Zedillo, cuyo Gobierno sentó las bases de la estabilidad macroeconómica y, también, del consecuente buen manejo que tuvieron sus sucesores. Ahora bien, hay además un elemento que parecen haber descubierto sorpresivamente los mercados en los últimos tiempos: la privilegiada posición estratégica de una nación que comparte miles de kilómetros de frontera con la primera potencia económica mundial.

No ha existido un panorama tan brillante para nuestro país en mucho tiempo, estimados lectores, aunque consignar esto despierte las rabiosas arremetidas de quienes necesitan solazarse en una visión catastrofista de la realidad nacional. Y, a decir verdad, no les falta, a los agoreros y los derrotistas, tela de dónde cortar: México es también un territorio de pavorosas desigualdades sociales, de corruptelas y raterías, de miseria y ancestrales atrasos. Pero, una cosa no quita la otra; es decir, el hecho de constatar que una parte sustancial de la población no se beneficia directamente de las inversiones o el comercio exterior no significa que se puedan desdeñar los innegables beneficios de que México sea una potencia industrial y, con perdón, el tercer socio comercial de Estados Unidos.

El gran reto que tenemos, justamente, es cómo comenzar a resolver verdaderamente los problemas. Y, en este sentido, algunos sectores del espacio político no parecen haber entendido todavía que el bienestar de los mexicanos es mucho más importante que el fanático apego a ciertos dogmas, esos principios doctrinarios que, hasta ahora, no han permitido que alcancemos la prosperidad que merecemos. Dicho en otras palabras (y a buen entendedor): es hora de abrir el sector energético a la inversión privada. No es la panacea, desde luego. Pero, sería un muy buen comienzo. Y, en todo caso, ¿qué ventaja tiene seguir irracionalmente aferrados a la misma postración de siempre?

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