¿Y el jazz?
Señoras y señores del jurado, ni Manzanero and sons, ni Lafourcade –aunque lo intenta- ni Kalimba ni Sintek hacen jazz...
A veces se me olvida reparar en un hecho preocupante para el jazz y la improvisación libre en Yucatán: su paulatina desaparición. Mientras que en los alrededores del 2005 y en adelante se produjo una explosión de conciertos, foros y eventos relacionados con el jazz en nuestro Estado, de un par de años a la fecha comienza a ser notorio el hecho de que estos espacios han ido desapareciendo.
No así la música ni las composiciones, que, fieles a su arte, permanecen agazapadas en el underground creativo y en uno que otro foro que da cabida a la auténtica forma de expresión norteamericana que, heredera de sus raíces africanas, vio la luz a principios del siglo XX y se esparció por todo el mundo, incluida la península de las lajas ardientes.
Pero, al parecer, el boom que se vivió hace una década fue una consabida llamarada de petate, pues de tener bares, centros culturales, escuela y festivales de jazz, éste ha pasado a la ignominia de tomarse por sentado. Y no, el evento denominado “Jazz en el mar” no fue un evento de tal naturaleza, sino una excusa mercadológica y comercial para hacer un evento elitista y promover el turismo.
Señoras y señores del jurado, ni Manzanero and sons, ni Lafourcade –aunque lo intenta- ni Kalimba ni Sintek hacen jazz, tampoco la Big Band Mérida que, si acaso, toca música de la era del swing y estándares con arreglos pop insufribles, aptos para bodas, XV años, graduaciones, elevadores y cruceros.
Salvo algunos reductos del jazz como el Hotel Rosas & Xocolate (que tiene jazz cada semana) y otros foros independientes ocasionales y el festival anual Cha’ak’ab Paaxil: Festival de Improvisación Libre, Free Jazz y Noise, organizado por Gerardo Alejos y con relevancia internacional, poco puede decirse del quehacer jazzístico en la región.
Cuestión lamentable en un lugar donde solía haber al menos un par de festivales, numerosos recitales en foros institucionales, tocadas alternativas y, cuando menos, jam sessions en residencias privadas, refugios mínimos donde se podía escuchar lo mejor de los músicos y la producción local, verdaderas muestras de arte contemporáneo donde la cultura yucateca se mostraba viva, en constante evolución, sin necesidad de esgrimir como muestra la anquilosada e inamovible trova que flota como tiburón muerto en las aguas de la indolencia gubernamental.
Salvo su mejor opinión, en estos momentos el jazz yucateco se antoja muerto o en latente agonía debido al descuido de todos, tanto melómanos como instituciones culturales, que han dejado a este amplio y multifacético género abandonado a su calurosa y regional suerte.