José Emilio, ¿adónde vas que más valgas?

Palabras de José Emilio Pacheco me confirmaron la vocación y me dieron ánimo para continuar en el periodismo.

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¿Qué habrá dicho el Papa, que gaviotas le degollaron, ya sus palomas? Eso es lo que todos se preguntaron cuando en medio de un acto pacifista en el Vaticano, a favor de la paz en Ucrania, unas siniestras aves marinas que al parecer no tenían nada que ver con Juan Salvador Gaviota, se le fueron encima a la malagueña a las representantes níveas de la tolerancia y la concordia.

¡Qué bueno que la acción no fue pensando en Michoacán, porque los que se aparecen son unos buitres bien gachos!

Sobre todo porque ahora, como si ya todo se hubiera arreglado, el problema no parece ser Los caballeros templarios, La Tuta, ni las víctimas agotadas de tanta impunidad, o el incierto retorno de la verdadera tranquilidad, lo urgente en la agenda oficial es deshacerse de la manera más pronta posible de las autodefensas. O sea, hagan de cuenta que las razones de su existencia fueron meros pretextos para agarrar por su cuenta las parrandas; que al decir de grandes conocedores de la condición humana como Manlio Fabio Beltrones, son un peligro para México y casi clama por que se le aplique el tratamiento SME o la Terapia Mexicana; que hay que legalizarlas, afirma desde Davos Peña Nieto, que es lo mismo que asimilarlas para pulverizarlas. 

Como que a las autodefensas les ha pasado lo que al suizo Wawrinka. Después de ganarle a Nadal en el Abierto de Australia, lo único que se exalta en los medios es la serenidad en la derrota del español con su manita desconchabadita. 

Cuando tengan un hijo, también les van a echar la culpa. 

José Emilio

Cuando uno empieza en esto del oficio periodístico, extraviado en un laberinto de torpezas y dudas, nada puede ser más útil para orientar la brújula interna que la voz autorizada de un maestro que te de una palmada en la espalda. Esas palabras de José Emilio Pacheco me confirmaron la vocación y me dieron ánimo para continuar. Era un encuentro imprevisto, azaroso, el gran maestro al que había leído con vigor, me había devuelto la fe en mi propio trabajo. 

Eso no se olvida nunca y describe la generosidad de una gloria literaria que no sabe de mamonerías ni de poses como muchos, que siempre tuvo un gesto con quienes apenas aprendíamos a redactar. Igual y ni sabía quiénes éramos ni qué madre nos había parido, pero no importaba. El empujón ya estaba dado y ni modo de ser malagradecidos. Chale, José Emilio, ¿adónde vas que más valgas? 

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