Juicios temerarios

Es una verdad irrefutable que no podemos ver el interior, siempre invisible, de otra persona.

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No juzguen y no serán juzgados, porque con el juicio con que juzguen serán juzgados, y con la medida con que midan se les medirá.- Mt.7,1

Todas las personas recibimos de niños informaciones y actitudes que es bueno revisar ahora. Claro está que tenemos información muy valiosa y actitudes muy positivas, sin embargo, también podemos haber recibido una serie de prejuicios, de informaciones retorcidas y de actitudes negativas y dañinas; al revisar podremos desechar lo que lastima la dignidad de la persona y ayudar a reconstruirnos mutuamente con la conciencia iluminada por la propia experiencia y reflexión. 

Es una verdad irrefutable que no podemos ver el interior, siempre invisible, de otra persona. El pensamiento y las razones de cada quien son eso precisamente, “de cada quien”. Simplemente no podemos conocer los impulsos secretos, las intenciones, los resentimientos ocultos, ni qué decir de la particular historia de otra persona. Por eso hay que reprimir la tendencia a juzgar y ¡el colmo! hasta dar sentencia al “reo” que se esté juzgando y que siempre resulta culpable.  No tenemos ninguna autoridad para hacerlo.

A veces, por el hecho de tener más años y mayor experiencia creemos que podemos juzgar el interior, que no vemos ni sabemos, de otra persona, cuando más bien por los años vividos y la experiencia debemos tener más prudencia, discreción y mayor respeto por los demás. Una actitud que molesta es la de algunas personas maduras en años, mas sin cordura, que se la pasan juzgando y sentenciando ¡sobre lo que no tienen ni idea de la vida de otros! 

Que mal hace la postura de superioridad, de dureza y de rechazo. A todos nos hace falta la aceptación, la comprensión, en una palabra: ¡EL AMOR! No es la palabra hiriente la que corrige, sino el golpe seco con la realidad de la vida el que da la oportunidad de corregirse. No es con amenazas y malos presagios  como mostramos nuestro amor, sino renovando la confianza de la persona en su “yo profundo”, donde están las fortalezas para modificar y salir adelante. En el interior de cada quien se libran las batallas y se ve, al final del túnel, la luz. 

Hay que aprender a amarnos y amar. Como humanos, somos falibles e imperfectos, sin embargo existe la posibilidad de corregir el rumbo. 

Conclusión: nadie debe juzgar a nadie. Todos podemos ayudarnos para aprovechar lo más que podamos las oportunidades que la vida nos brinda de vivir, de amar, de servir y disfrutar.

¡Ánimo!, hay que aprender a vivir.

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