'La aceptación es la moneda de la felicidad'

La vida no es una meta, sino un aprendizaje, y que cada problema es una oportunidad para crecer.

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Querer “lo mejor” nos impide a menudo no poder disfrutar de “lo bueno”. Alcanzar la perfección es imposible y ser perfeccionista resulta frustrante.

Tenemos que entender que la vida no es una meta, sino un aprendizaje, y que cada problema es una oportunidad para crecer. Si vemos así la vida podremos relajarnos y disfrutar el aquí y el ahora.

La persona perfeccionista siempre se exige a si misma y a los que la rodean. A tal grado es su perfección que, como resulta imposible de realizar, termina por no alcanzar sus metas irrealizables cayendo en la frustración, la desidía y la infelicidad.

Se suele formar una persona perfeccionista a partir de una exigencia constante y desmedida desde su niñez. También puede ser el producto de una baja autoestima. Su pensamiento primordial es: “vales por lo que produces y no por lo que eres”. Es una persona que está siempre sometida a la presión para lograr lo mejor, pero nunca queda convencida de haberlo logrado.

Otro de los orígenes del perfeccionismo es la falta de seguridad de uno mismo. No se siente en paz con sus propios recursos y se siente juzgado y no valorado por lo que hace, por lo que produce, y por lo que no es. Cree que en cada una de sus acciones se le va la vida, el afecto y la estima de quienes la rodean. Pero como no se juzga con sus propios ojos, sino a partir de la mirada de los demás, nunca consigue estar satisfecha con lo que hace, dice o trata de mostrar.

Hay que entender que los seres humanos somos, en esencia, seres condicionados. Nos limitan las circunstancias físicas, históricas, económicas, biológicas, geográficas. Nos limita la presencia de los demás, sus decisiones, sus comentarios o el juicio que hacen de nuestra persona. Es decir, que siempre habrá algo que no esté en nuestras manos para hacer o controlar.

El perfeccionista cuando no gana pierde. Si no es el mejor se siente el peor. Si no llega al final del viaje olvida las experiencias vividas en el camino de su vida. El perfeccionista vive con ansiedad y nunca encuentra la satisfacción y el gozo. ¡Es un perfecto infeliz!

La única cura y solución para salir del perfeccionismo es empezar un aprendizaje en “la aceptación”. Pero entender que aceptar no tiene nada que ver con tolerar ni con resignarse.

La aceptación es una actitud ante la vida que enriquece nuestras experiencias, porque nos permite atravesarlas con la mente y el corazón abiertos, dejando espacio a todo lo nuevo y lo diferente. Amplía nuestros horizontes mentales porque nos enseña a soltar nuestras ideas antiguas, nuestros propósitos no realizados.

Podemos empezar el día de hoy aprendiendo que a las personas no las vamos a cambiar, las tenemos que aceptar. Y milagrosamente al aceptarlas van a cambiar. Esa será nuestra moneda para lograr la felicidad. No hay que olvidar que aceptar y aceptarnos nos da la oportunidad de ser felices, hoy y ahora. Como dijera Víctor Frankl: “La felicidad no es una posada en el camino, sino una forma de caminar por la vida”.

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