La bandera y un banderín

La bandera es realmente la representación de nuestra nación, por lo que merece ser honrada y respetada.

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El símbolo más representativo de la mexicanidad es sin  duda  la bandera, pues representa la esperanza, la unión y el sacrificio patriótico de su pueblo; quizá por ser  un auténtico valor nacional que no ha sido mitificado por la historia oficial, salvo en Chapultepec por  “El niño héroe”, no se merece un puente como la inacabada Revolución o la muy modificada Constitución.

La bandera es realmente la representación de nuestra nación, por lo que  merece ser honrada y respetada, aunque algunas religiones se nieguen a “adorarla”. Izarla y realizarle honores no es otra cosa que reconocer la grandeza de nuestra patria y cuando esta escena se acompaña del himno nacional en una olimpiada es realmente muy conmovedor para los mexicanos, pero sobre todo para el que está en el podio, pues es más importante y meritorio que hacerlo desde una curul, ya que desde el podio se sirve a la patria y desde la curul casi siempre se sirve  de la patria.

Aunque los colores de la bandera se parecen a la de la italiana, se diferencian en que el verde y rojo de la nuestra son más obscuros y las proporciones de sus dimensiones son diferentes, 4 por 7 para la mexicana y 2 por 3 para la italiana y desde luego en la franja blanca  de la nuestra el escudo nacional que a través de la historia se ha ido modificando hasta tener el actual. Al partido del ayuntamiento de Mérida le hubiera gustado  que la bandera de Morelos de 1815 fuera la oficial, ya que sus colores eran  azul y blanco, por lo que el partido tricolor seguirá usufructuando esta patriótica y cromática ventaja.

Para mí el día de la bandera sigue teniendo ese carácter festivo de nuestro indiscutible  símbolo patrio, pero  no  me puede pasar desapercibido  porque un 24 de febrero de la segunda mitad de la década de los 50 del siglo pasado mi madre me concedió ese día el maravilloso don que es la vida, que mucho aprecio y trato de preservar saludablemente para hacerla rendir más y mejor, porque si bien es cierto que a los 40 se comienza a vivir creo que a los 50 se empieza a ser feliz y quizá algunos amigos me dirán que a los 60 a ser inmensamente feliz, probablemente porque con los años  al sedimentarse las experiencias dejamos de aprender y comenzamos a entender mejor.

Un poco por la conciencia adquirida con los años y otro tanto por las limitaciones propias de la edad  comenzamos a domesticar  algunos de los pecados capitales y eso nos permite una vida con menos sobresaltos. Las experiencias no son sólo las cosas que nos pasan, sino el aprendizaje que obtuvimos de ellas y que inevitablemente nos acompañarán como una sombra para bien o para mal.

Con los años  apreciamos más el tiempo quizá porque ya nos queda menos y tenemos que pagar el precio de vivir, que es el envejecer a pesar del botox y todos los recursos cosméticos  para hacerlo  a fuego lento.

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