La basura y una pequeña historia de extorsión cotidiana
La negociación con el camión de inorgánico es bastante más complicada. Querían dinero y ponían otras condiciones sobre dónde y cómo podía dejar la basura.
Hace unas semanas me mudé de casa.
Además de la serie de trámites que hay que hacer en cualquier parte del mundo para cambiarse: avisos a proveedores de servicios, reinstalación de teléfonos, antenas e internet, en la Ciudad de México mudarse implica renegociar con nuestros pequeños extorsionadores cotidianos. Me refiero a los más fieros entre ellos: los recogedores de basura.
Como para tentar las aguas y ver de qué tamaño sería el sablazo, los primeros días seguimos el ejemplo de los vecinos y por la noche dejamos afuera de la casa nuestras bolsas de basura. El camión pasó, se llevó todas, menos las nuestras. Un par de días más tarde esperamos al camión que en mi cuadra pasa alrededor de las siete de la mañana. Si queríamos que subieran de mi puerta al camión mis bolsas tendría que darles 50 pesos semanales. La misma negociación, advirtieron, tendríamos que hacer con los que recogen la basura inorgánica.
¿Y si no quisiéramos pagar ese extra?, se me ocurrió preguntar.
Pues entonces tendríamos que salir a entregar la basura.
¿Cómo sabría yo que el camión está en mi cuadra?
“Pues antes tocábamos la campana —me explicaron—, pero como a los que aquí viven les molestaba el ruido tan temprano y de todas maneras todos sus vecinos pagan, ya no la tocamos”. Si no quería pagar, mi única opción sería esperar entre las 6:45 y las 7:30 a ver a qué hora pasan.
La negociación con el camión de inorgánico fue bastante más complicada. Querían más dinero y ponían otras condiciones sobre dónde y cómo podía dejar la basura.
Las primeras semanas no fueron sencillas, había que llevar un buen registro para asegurarnos que se les había pagado a las dos brigadas —orgánicas e inorgánicas—, porque una falta y éramos duramente castigados con la acumulación de basura a fuera de la casa por días.
Todo mal, pues.
Hasta que esta semana se apareció un nuevo actor. El hombre del servicio de limpia que barre las calles de la colonia. Dijo saber que teníamos líos con los del camión, que ellos decían que no les había gustado mi reclamo por cobrar, pero que él estaba ahí para ayudarnos y por módicos 130 pesitos a la semana, él arreglaba el lío y se encargaba con ambos recolectores de que se llevaran nuestras bolsas.
Listo.
No dejo de pensar que todo estaba calculado.
Y no dejo de pensar que mientras en estas pequeñas cosas tenga que haber un arreglo “por fuera”, no podemos esperar que las grandes sean diferentes.