La ceiba

La altura de la ceiba hizo creer a los mayas que sus ramas soportaban los cielos.

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El poeta tabasqueño Carlos Pellicer Cámara definía a la ceiba de manera muy peculiar, Don Carlos decía: “La ceiba es un árbol gris de impresionante hermosura” y en verdad él tenía la razón y es que basta sentarse debajo de una ceiba para admirar centímetro a centímetro la hermosura del legendario y sagrado símbolo de los mayas. 

En 2012, en una visita a la paradisiaca Cuba, tuve la oportunidad de conocer la provincia de Ciego de Ávila y justo frente a una ponchera (así le llaman los cubanos a las llanteras) hay un parque ecológico y el paisaje verde se resalta con notoriedad por la cantidad de ceibas que lo integran, y no es para menos, ya que para los cubanos este gran árbol también es sagrado. 

Mi amigo Vicente Zúñiga, entrenador cubano de atletismo y nativo de esa hermosa provincia, me comparte que desde chamaco ellos juegan en las ceibas, y también les han enseñado a cuidarlas y respetarlas. Hay que recordar que tanto la Ceiba como la palma real son los árboles más característicos de la Isla y el árbol sagrado por excelencia.

Al reconocer esta similitud, estar a 8 horas de la Habana y para ese momento ya extrañando el terruño yucateco, pude comprobar que el impresionante árbol habla por sí solo, rama por rama, hoja por hoja. 

En algunos casos, grandes ceibas se han plantado en las plazas de los pueblos, en avenidas de esta capital y con seguridad algunas haciendas todavía conservan algunos ejemplares, pero en otros casos no se ha reconocido lo benéfico de la ceiba y su propiedad ornamental. 

La altura de la ceiba hizo creer a los mayas que sus ramas soportaban los cielos y que sus profundas raíces eran los medios de comunicación entre el mundo de los vivos y el inframundo. Incluso en los entierros mayas pueden observarse elementos religiosos y figuras donde se representa a la ceiba. 

El árbol puede llegar a medir hasta 40 metros de altura y el tronco 3 metros de diámetro; el tronco es recto y sin ramas hasta la parte alta, con contrafuertes en la base grandes y bien desarrollados, cubierto por numerosas espinas cónicas fuertes, en la base del mismo tronco; la copa es redondeada con pocas ramas pero muy gruesas; cuando el árbol es maduro, la copa en la parte superior puede desarrollarse más. 

La corteza externa del tronco es ligeramente acanalada, de color gris plomizo a verdoso, con marcas claras y protuberantes. Las hojas se disponen en las puntas de las ramas. Las flores se encuentran agrupadas en las uniones o axilas de las hojas, miden de 4 a 8 centímetros.

Los frutos son ovalados, globosos y péndulos de color café tostado con tamaño de 8 centímetros por 4.5 centímetros hasta 14 centímetros x 7 centímetros. Dentro de estos frutos se encuentran numerosas semillas redondas, que van de los 4 a los 8 milímetros de largo, rodeadas por abundante vello sedoso, de color blanco a gris plateado. A este fruto en otros países se le llama kapok, por esta fibra que acompaña a las semillas, de amplio uso.

Se trata del árbol más grande y con mayor tiempo de vida; debido a su altura, es capaz de tomar agua y sales de la tierra, las eleva a las hojas y ayuda a la eliminación de dióxido de carbono, gas invernadero y contaminante en el aire. 

Es también la ceiba el árbol de las leyendas mayas como la de la “Ixtabay”, la enigmática, hermosa mujer que seduce a los hombres. Esta especie de árboles, a diferencia de otras, no se cultiva, no se reforesta y no se ha establecido banco de germoplasma ni viveros de ceiba, ni superficies sembradas con esta especie de flora que permitan asegurar su reproducción. 

Son los pueblos los que de alguna manera han protegido a la ceiba y habría que fortalecer la identidad, la pertenencia, la tradición de conservar esta milenaria especie y no dejarla morir, pues no son sólo referencias del paisaje, la poesía y la historia. 

Es necesario establecer un mecanismo de monitoreo vía satélite de los árboles de ceiba, implementar un programa integral de rescate de la especie y aplicar una campaña ciudadana para su protección. 

Si no es posible un programa de reforestación similar a otras especies, quizás valdría la pena introducirlos en los parques, es un árbol emblemático, por lo tanto, tiene que ser una especie protegida. 

Bien valdría la pena que a la entrada de cada población se plantaran una o dos ceibas que den la bienvenida y se refuerce la importancia de su existencia. 

A pesar de la deuda que tenemos con los árboles, su poder emotivo y su importancia para otras formas de vida, no se ha logrado propagar el cultivo de la ceiba en la entidad, situación que podríamos realizar para reforzar nuestra cultura ancestral basada en tan importante especie. 
Entendamos que no sólo para los poetas deben ser importantes las ceibas, nosotros también las disfrutamos.

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