La CNTE está perfectamente organizada… Nosotros, no

Mientras no nos organicemos los ciudadanos independientes, no obtendremos las garantías que reclamamos.

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En Ciudad de México, y en algunos otros puntos del territorio nacional, miles de personas sufren devastadoras pérdidas económicas a causa de los bloqueos de avenidas y la ocupación de los espacios públicos que tan alegremente perpetran los emisarios de la “protesta social”. Los afectados, desde luego, se indignan y se quejan amargamente de la situación, a la vez que expresan (en privado) su descontento con unas autoridades —blandengues, timoratas y permisivas— que han decidido no cumplir con su deber de preservar el orden público (y de asegurar el patrimonio de sus gobernados) con tal de no sobrellevar el infamante mote de “represoras”. Pero, hasta ahí. 

Los damnificados se quedan donde están y no manifiestan, como los otros, su inconformidad en las calles: no se coordinan, no se unen y no se movilizan.

La última vez que ocurrió una gran protesta auténticamente ciudadana en la capital de todos los mexicanos (me refiero, con esto, al carácter espontáneo de una manifestación masiva en la que no se tramitaban los intereses corporativos ni las prebendas de un grupo minoritario) fue cuando los habitantes salieron a la calle para exigirle al Gobierno de López Obrador que les brindara seguridad, el primerísimo de los derechos que debe garantizar un Estado moderno. 

No le gustó al hombre que le echaran en cara sus incapacidades y, como es su costumbre, vio la mano de terceros detrás de la organización de los vecinos, denunció una conspiración de sus adversarios y, peor aún, descalificó majaderamente a los manifestantes.

Pues bien, hoy podrían también movilizarse los habitantes de una ciudad que ha sido sitiada, entre muchos otros grupos, por las huestes de la CNTE. Una urbe donde hay gente cuyos empleos peligran y que sufre, lo repito, pérdidas ruinosas. Ciudadanos, por otro lado, que cumplen, que pagan sus impuestos, que merecerían, más que nadie, habitar en un entorno de certezas y, luego entonces, que saldrían a las calles para decir que ya basta, que el respeto a la ley es fundamental, que el orden público sí importa y que el Gobierno tiene unas responsabilidades tan ineludibles como imperativas. 

Pero, ¿dónde están, todas esas personas tan descontentas y tan enfadadas? Pues, en sus casas, señoras y señores. Conforman una abrumadora mayoría de individuos presuntamente conscientes e informados que, sin embargo, no reclaman visiblemente sus derechos.

Por ejemplo, sabemos de las mermas económicas que han padecido los comerciantes del centro histórico. Muy bien, si los minoristas de la capital fueran más solidarios, o estuvieran más organizados, tomarían medidas que las autoridades no podrían soslayar. Ya hubo, en su momento, una película que describía a Estados Unidos sin mexicanos. 
Aquello, por lo que parece, se había vuelto un desbarajuste: faltaba toda esa gente que, desempeñando labores y tareas, por más modestas que fueran, sostenía la actividad económica cotidiana de nuestro vecino país. Pues bien, hablando de fantasías y anhelos, ¿imaginan ustedes, estimados lectores, un fin de semana entero sin establecimientos y negocios? Los miembros de la Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales (Antad), ofreciendo un abierto respaldo a sus colegas comerciantes del centro histórico y enviando, de paso, una contundente advertencia a las autoridades, determinarían el cierre de todos los comercios, de los Oxxo, de El Palacio de Hierro, de Liverpool, de Office Depot, de BestBuy, etcétera, etcétera. 

¿Ustedes creen que no pasaría nada, que no habría una respuesta, que no se obtendrían compromisos y ofrecimientos? Y, teniendo esta fuerza colosal, ¿cómo es entonces que no se movilizan los comerciantes? ¿Cómo es que no se organizan los taxistas? ¿Por qué los padres de familia de todos los niños sin escuela no hacen un cerco alrededor de la Secretaría de Educación?

Lo que pasa es que nuestros intereses, los de los ciudadanos no afiliados a las organizaciones que amparan el corporativismo, están mucho más diluidos que los de aquellos grupos, perfectamente organizados, que negocian, a punta de chantajes, privilegios inmediatos y concretos. 

Para mayores señas, la CNTE te puede asegurar un salario completo aunque no pongas jamás los pies en un salón de clases. Y, ante la mera perspectiva de perder prebendas y canonjías, el miembro de una organismo clientelar –por no hablar de los acarreados y de la gente pagada por las agrupaciones políticas (a esos sujetos violentos que adulteraron la celebración del 2 de octubre ¿quiénes los patrocinan?)— está perfectamente dispuesto a salir a la calle, a bloquear el acceso a un aeropuerto y a permanecer semanas enteras en un campamento.

Mientras no nos organicemos los ciudadanos independientes, no obtendremos las garantías que reclamamos. Así de sencillo. Por lo pronto, sigamos en la queja.

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