La creación de infraestructura como clave del desarrollo

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Cuando vemos a estados como el nuestro desde una perspectiva global se nos sale una lágrima de frustración ante el potencial desaprovechado de nuestra tierra en el contexto nacional. No me voy a ahogar en diatribas de la riqueza de nuestra flora y fauna o la belleza de nuestras playas pues creo firmemente que ese tipo de recursos traen cierta prosperidad pero no la suficiente.

Las riquezas naturales siempre estarán a merced de los fenómenos y ya hemos visto con nuestros propios ojos como fenómenos como el huracán Wilma detuvieron casi por completo la generación de riqueza y el bienestar de nuestra población. No concibo imaginar lo que pasaría en Alemania si las fábricas de autos de Wolsfburg, Stuttgart o Munich tuvieran que cerrase por una ventolera.

No cierran ni con ventiscas de menos 20 grados y la generación de riquezas es constante. Las dificultades con que tuvieron que toparse los pioneros emprendedores de Europa son aplastantes: inviernos inmisericordes, sequías, bajos recursos acuíferos y lo más grave; un paisaje plagado de montañas y glaciares milenarios interminables.

Hoy en día las piezas de los majestuosos Airbus A380 atraviesan montañas y ríos para llegar a sus plantas de ensamblaje medio y final. Verdaderas cordilleras cruzan los alerones o los sistemas del coloso antes de ser ensamblado en Toulouse.

Todo eso gracias a un empeño sin final de generación de infraestructura con dos Guerras Mundiales de por medio. Cuando los avezados constructores de trenes o aviones europeos llegan a nuestras tierras no pueden sino mirarnos con una mezcla de estupor y asombro ante la ausencia de un ferrocarril transpeninsular y ante los cientos de kilómetros de costas benévolas en las cuales instalar varias centrales atómicas que garantizarían la generación eléctrica de toda una zona de industria.

Lo aislado de las zonas costeras lo convierte en un punto ideal para los sistemas de enfriamiento. El establecimiento de industrias de producción de partes sería floreciente pues la distribución entre éstas y las ensambladoras es muy fácil al no existir montañas infranqueables que encarecerían la construcción de una red de ferrocarriles entre todos.

Tenemos que cambiar la concepción de México y de nuestra península de un proveedor de bonitas fotos y de cocos fríos y sin dejar de cuidar celosamente nuestra belleza natural empezar a volcarnos a crear la infraestructura necesaria para algún día aprovechar nuestra envidiable geografía y convertirnos en un polo industrial.

Nada de eso está reñido con lo que nos identifica. Al andar por los pueblos idílicos y pulcros de Baviera o el Tirol nadie imagina que detrás de las hermosas fachadas de estucados bien puede haber una fábrica de superconductores que le da bienestar y prosperidad al pueblo entero. Somos ricos sin saberlo, porque nos costaría la quinta parte del esfuerzo que le costó a Europa desarrollarse.

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