La crisis de Mr. Christie

Cuando casi la mitad del electorado se identifica como 'independiente' es impensable que un partido cada vez más conservador pueda ganar una elección federal

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Es año electoral en Estados Unidos. Las elecciones de mitad de periodo pondrán en juego el control del Legislativo acá, y aunque parezca increíble dado su apego histórico a una estrategia de obstrucción absoluta, los republicanos tienen oportunidad de hacerse de nuevo del control del Senado, además de fortalecer su mayoría en la cámara baja.

El injusto sistema de definición geográfica (y, por lo tanto, demográfica) de los distritos, además de la naturaleza de los escaños en juego esta vez en el Senado —estados conservadores donde Barack Obama no es particularmente popular—, hacen posible lo que en la práctica sería un reflejo distorsionado del país: un partido republicano fortalecido. Y digo que sería disonante con la realidad estadunidense porque las encuestas más recientes reflejan una coyuntura muy distinta para la causa conservadora.

De acuerdo con un estudio reciente de Gallup, 42 por ciento de los estadunidenses se identifica como independiente, el número más alto desde que la firma comenzó a realizar estas encuestas, hace 25 años. Esa cifra es una mala noticia para republicanos y demócratas por igual. Pero hay otra que debería alarmar solo a los conservadores: Gallup descubrió que solo 25 por ciento de los encuestados se define como republicano. ¡Uno de cada cuatro electores!

En un sistema que no fuera bipartidista, los republicanos seguramente serían la tercera fuerza electoral. Así de grave es su crisis. Aun así, gracias a la astucia y la argucia, los republicanos han logrado otorgarse una suerte de vida artificial que podría consolidarlos en el poder —al menos en el Legislativo— a finales de este año.

La Casa Blanca, sin embargo, es otra historia. Cuando casi la mitad del electorado se identifica como “independiente” es impensable que un partido cada vez más conservador pueda ganar una elección federal. Eso lo entiende todo mundo… menos los republicanos.

Los grandes nombres en la lista de los republicanos defienden ideas de una rigidez ideológica asombrosa. Nada parece capaz de mover a los conservadores en cuanto a los derechos de los homosexuales, el aborto, la regulación de la mariguana, los límites a la compraventa de armas, la necesidad de una reforma migratoria y tantas otras cosas en las que el electorado es mucho más moderado.

El asunto es tan grave que algunos analistas ya le han recomendado a los republicanos seguir el ejemplo de…¡la Iglesia! El Vaticano, dicen, entendió que para resultar atractiva en el siglo XXI, la Iglesia tenía que elegir como líder a un hombre no solo carismático, sino, dentro de lo posible, moderado y sensible. Algo anda muy mal para llegar al extremo de tener que aprender de la vocación de cambio de la Iglesia católica.

Lo curioso es que los republicanos tienen, rumbo a 2016, otros candidatos que, quizá, podrían jugar el papel de “papa Francisco”. El más notable es Chris Christie, el gobernador de Nueva Jersey. Dicharachero, iracundo y carismático, Christie ha tenido la capacidad suficiente como para consolidarse en un estado que, como casi todos los del noreste, es eminentemente liberal.

Se trata de un personaje poco común en el partido republicano actual: un hombre aparentemente dispuesto a defender sus convicciones morales aunque estas no resulten políticamente productivas. La agenda social, que tanto le importa a los republicanos más conservadores, le tiene mayormente sin cuidado a Christie.

De buscar la Casa Blanca, Christie sería, como dice Isaac Chotiner en The New Republic, “el menos socialmente conservador de todos los aspirantes republicanos” rumbo a 2016. Una candidatura de Christie se acercaría a ese centro político donde espera ese 42 por ciento de independientes.

El problema es que Christie tiene también un lado oscuro. En los últimos días, el gobernador de Nueva Jersey se ha metido en un problema mayúsculo de potencial abuso de poder. Resulta que colaboradores cercanos a Christie conspiraron para cerrar un par de carriles del puente “George Washington” (que conecta Nueva Jersey con Nueva York) para provocar un caos vial salvaje que afectaría directamente a la pequeña ciudad de Fort Lee.

¿Por qué Fort Lee? Pues porque el alcalde del lugar se negó a respaldar a Christie durante su campaña de reelección. En otras palabras: el círculo más cercano al gobernador usó el poder para vengarse de un adversario político, afectando a miles. Por supuesto, siguiendo el librito de manejo de crisis, Christie despidió a la persona directamente responsable y, claro, negó estar enterado de lo ocurrido.

El problema para Christie, como para todos los políticos que se dicen sorprendidos por las tropelías de sus colaboradores, es lo que ocurrirá si algún periodista atina a destapar la posible verdad: que Christie, fiel a su estilo, probablemente aprobó tácitamente la venganza aquella.

Si así ocurre, los republicanos se quedarán sin candidato moderado para 2016 y tendrán que conformarse con uno de sus loquitos ultraconservadores. Eso no le va a gustar a los muchos, muchísimos moderados que están claramente hartos del dogmatismo republicano.

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