La espinosa libertad

Twitter, Facebook, Instagram, Vine… la red que desee.

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Twitter, Facebook, Instagram, Vine… la red que desee. En cierta medida y paulatinamente, están cayendo víctimas de la autocensura y la falsa política del bien común, situación que además de negar la libertad de expresión, causa un problema para los medios y periodistas que no estén atentos al comportamiento caprichoso de los usuarios. 

En estos servicios es sencillo hacer pasar un interés particular por uno social y transformar una mentira en realidad con elementos que trastocan un acontecimiento sin relevancia en una historia fácil de vender, especialmente en tiempos electorales. 

Más allá de la ley que protege cual joya de la corona la imagen pública y privada de los aspirantes, internet se vislumbra como el sucio ring de la política, ahí donde los medios escritos, radiales y televisivos no pueden ni deben entrar, por el bien mismo del periodismo. 

Sin embargo, por más reglamentos que intenten blindar las redes sociales a favor o en contra de la libertad de expresión (triste ejemplo la #LeyFayad), lo cierto es que en cualquier escenario la víctima es la misma: el usuario. 

Si se permite, por acción u omisión, el libertinaje en tiempo electoral, la gente en la web pierde la noción de lo que en verdad es noticia o información, y cae presa de los chismes y falsedades auspiciadas –sin ironía- por los propios actores políticos en contra de los otros aspirantes. Del otro lado, si se cuida “hasta con las pinzas” a los candidatos, la oferta informativa electoral no pasará de los boletines digitalizados, la foto del candidato besando a un bebé, y las propuestas endulcoloradas, sin atisbo de crítica y réplica (y en muchos casos) de sentido común… y en sus propios portales. 

Esa voz interior

Aún con la popularización de los medios digitales y la imagen sobre la palabra, las redes sociales son, en esencia, un mundo hecho para lectores. 

No importa si el término nos parece demasiado grandilocuente, dado el poco proclive afecto hacia cultura que impera en internet, pero en los hechos es una realidad ineludible: sea Facebook o hasta YouTube, todos en algún momento hemos tenido que “saber leer” lo que se plasma en las redes sociales, y con ello, meter o salvar la pata. 

Todo depende del estado de ánimo y del momento. Dada la urgencia real e inventada por la instantaneidad, por obtener respuestas inmediatas e innecesarias, poco a poco, nuestro nivel de comprensión lectora, en lugar de mejorar, empeora, pues al imbuirnos en esta necesidad de tener todo al momento en que lo deseamos, no ponemos atención tanto a lo que escribimos como a lo que leemos, y “sin querer queriendo”, damos a las palabras mayor  significado del que realmente tienen. 

En otras palabras, nos dejamos llevar por nuestras emociones e imprimimos a un mensaje de WhatsApp, un comentario en “Facebook”, o a un simple “tweet”, un concepto diferente al que el interlocutor intentó hacernos llegar, o sea, leemos lo que queremos, dando al traste con la comunicación, y de paso, con nuestra tranquilidad, pues al no captar la misma urgencia, necesidad o deseos, terminamos creando un conflicto con quien nos escribe.  Un ejemplo gráfico con los benditos “emojis”, ¿cuántas veces no hemos mal interpretado uno de estos iconos emocionales? 

En parte, esta situación genera cierta animadversión hacia las redes sociales, una mala imagen que aleja muchos de participar en ellas, movidos por la inutilidad de muchas de las conversaciones e interacciones que ahí ocurren, gracias a nuestra incapacidad para leer, o en el mejor de los casos, saber interpretar un mensaje, sin ponerle de nuestra cosecha o caer en la ironía. 

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