La flecha de Cupido

El amor por siglos ha sido tratado por los poetas y artistas como la sublimación del más alto sentimiento humano, inspirando grandes obras de arte.

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La palabra amor ha sido considerada una de las más bellas de nuestro idioma y estas cuatro letras encierran  uno de los significados más elevados y que humaniza al homo sapiens. La atracción entre los seres vivos es una condición para la supervivencia, en animales inferiores de la escala filogenética que poseen  elaborados mecanismos de apareamiento que les permiten conservar la especie  no puede hablarse de amor, sino de respuestas instintivas de conservación. El amor requiere un sistema nervioso más desarrollado.

El amor por siglos ha sido tratado por los poetas y artistas como la sublimación del más alto sentimiento humano, inspirando grandes obras de arte y hasta asignándole  un órgano: el corazón, pero  con el paso del tiempo el amor ha sido motivo de estudio por parte de la ciencia,  la antropología, la sicología y desde 1990  la neurobiología, que  ha aportado importantes datos  de lo que se ha llamado la bioquímica de Cupido.

El estudio del amor es complejo por sus variantes: maternal,  filial, propio, etc. Pero el proceso de enamoramiento podría resumirse así: el primer contacto  es olfatorio e involuntario por las feromonas -aroma humano- y luego visual, desencadenando una cascada de neurotransmisores químicos: la feniletilamina  es la que  inicia el caos amoroso en el cerebro, luego la dopamina y norepinefrina producen las alteraciones conocidas como “mariposas en el estómago” o  el “flechazo de Cupido”.

Para controlar estos arrebatos, se liberan las endorfinas y encefalinas que producen calma, gozo y una sonrisa inconfundible, después se libera  la oxitocina,  la “substancia del abrazo”, generando la necesidad de contacto directo. Este proceso es como una bola de nieve que va incrementándose hasta concluir en las relaciones sexuales; el incremento de la testosterona en el hombre produce la “valentía territorial” y la dominación sobre la pareja, y en la mujer,  ceguera en el juicio y la toma de decisiones. Desde luego que este proceso está condicionado por la edad, las experiencias individuales y la genética.

En algunos animales la vasopresina, “péptido de la fidelidad”, los hace monógamos  toda la vida; en el humano no se produce de manera suficiente ni constante y eso se aúna a un agotamiento de los neurotransmisores con el tiempo-alrededor de 7 años dura esta pirotecnia amorosa-; podría dar un sustento científico a la natural infidelidad humana, que es una de las causas de ruptura de las parejas y que puede generar odio-violencia o síndrome de supresión amorosa y depresión.  El mejor conocimiento de estos procesos biológicos  podría  ayudar a evitar estas complicaciones.

 El cerebro, importante órgano sexual, debe imponerse  de manera intelectual y con voluntad para preservar la relación amorosa, que es una parte fundamental  de la estabilidad emocional. Por eso buscar una pareja que sepa cocinar es determinante, el amor  acaba, pero el hambre no.

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