¿La idea es revertir la reforma energética?
Se aparece pues Alfonso Cuarón en el escenario para solicitar que la reforma energética se discuta, en foros abiertos y con formatos sencillos.
Nuestros representantes no nos representan. Esta sería una de las primeras reclamaciones del ciudadano de a pie, dirigida a unos senadores y diputados que andarían en lo suyo, atendiendo sus asuntos y, sobre todo, sus intereses partidistas.
En este sentido, el divorcio entre la clase política y los gobernados sería total: vivimos una democracia imperfecta, que se reduce a lo meramente electoral y en la cual los votantes, una vez entregado el sufragio, no tenemos ya la posibilidad de controlar las cosas ni merecemos una puntual rendición de cuentas.
Es más, apenas la mitad de los mexicanos apoya el sistema democrático: casi un cuarto de la población preferiría un Gobierno autoritario, de mano dura, y a un 18 por ciento le da lo mismo.
Así las cosas, prácticamente cualquier asunto que se tramite en nuestro Congreso bicameral nos resulta distante, algo que no va con nosotros y que se deriva de simples arreglos entre una cúpula tan desentendida como indiferente.
Se aparece pues Alfonso Cuarón en el escenario para solicitar que la reforma energética se discuta, en foros abiertos y con formatos sencillos, y el terreno está plenamente fertilizado para que sus peticiones encuentren un eco bien resonante en nuestra sociedad. Pero, a ver: el mero hecho de formular cuestiones y propuestas implica que no han sido enunciadas en el pasado, ¿o no? De otra manera, pensaríamos que un personaje como Cuarón está simplemente volviendo a lo mismo de siempre, a temas que ya se trataron, ya se procesaron y ya se resolvieron. Pues bien, ¿es así? ¿En ningún momento han sido planteadas estas preguntas y estas inquietudes? ¿Nunca han estado en la agenda? ¿No se han discutido y analizado?
Parecería, a pesar de todo, que las discusiones sí tuvieron lugar. Lo que pasa es que el escenario, el Senado, no le resultaba muy atractivo al respetable público y las transmisiones del Canal de Congreso, por lo que parece, no son tampoco demasiado llamativas. Por eso, justamente, el cineasta solicita ahora horarios de prime time en la televisión para llevar a cabo foros difundidos por los medios masivos de comunicación. Estaríamos hablando, más allá de las propuestas puntuales, de una puesta en escena. Es más, Cuarón ha determinado inclusive las reglas: los participantes no pueden llevar notas ni leer textos (algo curioso, en un tema que resulta, antes que nada, muy embrollado desde el punto de vista técnico y legal; para mayores señas, ahí tenemos el asunto de los contratos de “riesgo compartido” en oposición a los de “utilidad compartida”, algo que la mayoría de los comunes mortales no domina ni lejanamente) y todo ello debe tener un impacto lo suficientemente determinante como para que, ahora sí, los mexicanos no podamos siquiera insinuar que la reforma se hizo a nuestras espaldas.
Hay que reconocer que el Gobierno no realizó nunca un montaje mediático de este calibre aunque, al mismo tiempo, tenemos que admitir que el tema se ha discutido a lo largo de décadas enteras y que cada quien tiene muy definida su postura al respecto: para algunos, la apertura del sector energético significa una oportunidad que no podemos perder y para otros no es otra cosa que una “traición a la patria”.
Justamente, con posiciones tan encontradas uno no puede dejar de ver que el propio Cuarón, al expresar sus inquietudes, lo hace desde una visión muy personal y, por así decirlo, con la mirada impregnada, tal vez, de ciertos matices ideológicos. Porque, si la reforma le pareciera, a él, la mejor de las cosas que pudieran ocurrirle a este país ¿estaría demandando que le den cabal respuesta a sus inquietudes? ¿No hay una crítica implícita en los cuestionamientos? Que yo sepa, los inversores del exterior y los representantes de la comunidad financiera internacional no están pidiendo que se realicen foros de discusión, a estas alturas del camino, para tomar las decisiones finales.
Porque, además, de eso se trataría, supongo yo: si en algún momento advertimos que una parte sustancial de la población, luego de haber mirado tres foros de debate, se opone masivamente a la reforma (cosa, por otro lado, que sería demasiado difícil de determinar desde el punto de vista práctico; digo, ¿qué haces? ¿Encuestas? ¿Plebiscitos? ¿Consultas populares?) entonces habría que dar marcha atrás. ¿De eso se trata?
Y, finalmente, otra pregunta: ¿por qué ahora? Ya se aprobaron los cambios constitucionales y toca tramitar las leyes secundarias. ¿Vamos a comenzar de cero?