La ilusión de la calidad

El entusiasmo con el que fue recibida la reforma es preocupante por excesivo.

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Primero lo primero: nadie puede dejar de aplaudir la iniciativa que con el consejo de expertos y organizaciones han presentado los partidos que integran el Pacto por México.

Las telecomunicaciones son la industria del presente y del futuro. Está claro que la estructura actual trabaja contra la atracción de nuevas inversiones, creación de trabajos y mejor servicio y precio para los consumidores.

Bien.

Los más optimistas calculan que en algunos años, después de legislar e implementar, podría adicionar hasta un punto del PIB. No está nada mal.

El entusiasmo con el que fue recibida la reforma, el cúmulo de adjetivos e ilusiones que se le han adjuntado, es preocupante por excesivo. Sobre todo en una especie de esperanza de que en los medios de comunicación, es decir, radio y televisión; “más” significa “mejor”. Que por fuerza más cadenas privadas significarán mejor calidad en los contenidos.

Me temo que no. Significará solo mayor diversidad de contenidos. Lo que no está mal, pero no es lo mismo que calidad. O al menos no en la mayoría de los casos. Lo que es cierto para las telecomunicaciones no lo es para la radiodifusión.

Un ejemplo. Hace algunos meses cambié a mi proveedor de telefonía e internet. La nueva compañía me ofreció mejor precio y mejor servicio (a un altísimo costo para ellos por no existir la llamada desagregación del bucle local). La ecuación era simple de resolver. Y la resolví. Cuando haya más ofertas, las volveré a analizar y optaré. Yo decido, porque esas compañías viven de mí y de millones como yo.

Tele y radio son bichos diferentes a telecomunicaciones. Son industrias de contenido y estructuralmente funcionan de otra manera.

Los medios privados viven del anunciante, y es frente a ellos que los medios abiertos deben competir para obtener sus recursos. Para la audiencia el costo es cero. La manera de competir para las cadenas es bajando el precio frente a los anunciantes. Además, hace muchos años que los anunciantes ya no invierten su dinero basados solo en el volumen de audiencia.

Hoy quieren “productos” que apuntan a demográficos cada vez más definidos y más angostos. Hacen consideraciones de asociación de marca con ciertos contenidos, de mensajes apropiados; en fin... los mercadólogos se piensan científicos. La multiplicación de las cadenas privadas enfrentará, además, un problema económico.

Seguramente se crearán dos nuevos canales de televisión y nuevas radiodifusoras y es posible que a los hoy permisionarios se les permitan mejores condiciones para atraer patrocinadores; lo que no aumenta por iniciativa constitucional es el dinero disponible para publicidad que existe en un país o un determinado mercado. Y en radio y televisión hay una estrecha relación entre dinero y calidad —aunque, por supuesto, no es la única.

Y para colmo el dinero tampoco asegura la calidad.

Que sirva como ejemplo el cine mexicano. Desde hace seis años, gracias a un cambio en la ley, que se conoce popularmente como “la 226” por ser el número del artículo de la ley fiscal que lo ampara, aquellos privados que den dinero a una película bajo ciertas condiciones obtendrán un crédito fiscal por la misma cantidad contra su pago de ISR.

Esto ha inyectado hasta 500 millones de pesos al año a la industria del cine. Se han hecho muchas más películas, se han creado miles de empleos. Todo esto hay que celebrarlo. ¿Se han hecho mejores películas? No. Se han hecho más o menos las mismas buenas películas que se hacían antes, a juzgar por los premios internacionales o nominaciones al Oscar o al Goya.

Vale la pena ver a Estados Unidos, donde la enorme penetración de televisión de paga ha multiplicado de manera impresionante la oferta al televidente. La verdad es que la oferta está plagada de reality shows y concursos. Los géneros que son más baratos de hacer. Y en lo informativo son canales con sesgos ideológicos claros que atienden a un público específico: Fox News, a la derecha, y MSNBC, a la izquierda. Es decir el resultado de tener más variedad es… más variedad; lo cual no produce, por fuerza, calidad. Algo similar sucedió en España con la multiplicación de opciones.

Si uno voltea al mundo, la calidad en los medios audiovisuales ha tenido que hacerse sustrayéndose a las presiones del mercado y lo comercial: la BBC, NPR, PBS o canales de pago de gran audiencia internacional de donde obtienen enormes recursos, como HBO. Hace mucho que las cadenas de tv abierta dejaron de ser vanguardia en contenidos. Y las nuevas formas y hábitos de obtención de información han logrado que el noticiero de prime time de las cadenas de televisión abierta sea el rey para demográficos encima de los sesenta años.

De ahí la importancia de seguir con cuidado uno de los elementos menos desarrollados dentro de la iniciativa, que es la construcción de una institución de Estado —no de gobierno— que produzca y distribuya contenidos sin presiones comerciales. Si hay alguna esperanza de tener no solo más sino mejor radio y televisión, tendría que venir por ahí, donde la presión por el volumen de audiencia no mate otras ambiciones.

Twitter: @puigcarlos

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