Dicen que uno no puede cuidar lo que no ama, y no ama lo que no conoce; y en temas de turismo y conservación de la naturaleza este debe ser uno de los principios rectores de aquellos involucrados con el tema. Para dar a conocer precisamente aquello que debemos amar, y por ende cuidar, es necesario una buena interpretación, ejercicio que, desde mi punto de vista, se hace poco y el que se hace, generalmente se hace mal.

De acuerdo con Jorge Morales Miranda, “la interpretación del patrimonio es un proceso de comunicación de carácter creativo, entendido como el arte de revelar el significado e importancia del legado histórico y natural al visitante, que está en su tiempo libre en un lugar de interés, para que lo comprenda, lo aprecie, lo disfrute y contribuya a la conservación”.

Todos los involucrados en la actividad turística en cualquier destino del mundo, pero en especial en aquellos con una gran diversidad biológica, deberíamos tener esta definición tatuada en la piel, y hacer uso de ella todos los días y con todas las personas que nos encontremos.

En las últimas dos semanas he tenido la oportunidad de vivir experiencias extremas: una muy buena y otra muy mala relacionadas con la  conservación de la vida silvestre, y en ambas, más allá de lo maravilloso o no del recurso, la interpretación juega un papel fundamental.

Y lo mismo pasa con nuestros turistas; se pueden llevar buenas o malas experiencias del destino por muchas razones, pero en la mayoría de los casos, la interpretación juega un papel fundamental.

Y es que muy poco hacemos por enseñar a nuestros anfitriones turísticos la importancia de comunicar creativamente no tan solo la belleza del lugar en el que vivimos, sino la función de los ecosistemas y la importancia de su conservación; y pareciera un tema lógico, pero desgraciadamente no lo es.

Usualmente no generalizo, pero estoy seguro (tanto que lo veo día con día) que la gran mayoría de las personas que están en contacto con el turista no tienen habilidades de interpretación, y mucho menos de nuestra diversidad biológica.

Y es un tema que debe preocuparnos y ocuparnos más, porque la poca valoración interna, y la poca valoración que nuestros visitantes tienen de nuestros recursos, hace (entre muchas otras cosas) que estos vayan disminuyendo a pasos agigantados, y que no se les de su real valor.

Y esto no tan solo es importante para la conservación, sino que es importante para el negocio; un recurso bien valorado, bien interpretado y que genere un llamado a la acción, se vende mejor. Creo, y no se si concuerden conmigo, que nuestros recursos naturales han sido sobrevaluados por el sector, y eso ha generado su deterioro.

No pondré ejemplos puntuales, aunque podría hablar de muchos; pero lo que si haré y me gustaría que ustedes queridos lectores hicieran, es hacer un análisis de cómo estamos promoviendo y vendiendo nuestros recursos naturales y cómo estamos comunicando al turista lo que tenemos en la zona.

Probablemente nos demos cuenta que, nuestra biodiversidad, se vuelve más un commodity que intercambiamos comercialmente por unos cuantos dólares o pesos, que un valor agregado de nuestros destinos.

Y mientras no cambiemos esa mentalidad, y generemos una verdadera cultura de valoración y conservación de nuestros recursos, aquellos que si lo hacen, nos seguirán comiendo el mandado, mientras nosotros perdemos tanto recursos, como oportunidades de ser más competitivos.