La interminable tragedia de Villas de Salvárcar
Ayer la Suprema Corte de Justicia invalidó la única prueba en su contra, su confesión, por haberse obtenido bajo tortura.
Galia García Palafox, quien ha seguido de cerca la historia de Villas de Salvárcar, me regala estas notas: Israel Arzate era un padre de familia que vendía discos compactos, con una mujer estilista y una hija pequeña. Una noche de 2010, después de trabajar, fue a cerrar el salón de belleza de su pareja. A la salida una camioneta blanca lo paró.
—¿Eres Carlos Madrigal?
—No, no soy Carlos Madrigal.
Era Israel Arzate, pero el nombre no importaba. Lo subieron a la camioneta, lo llevaron a una base militar, lo torturaron. Israel Arzate o Carlos Madrigal era culpable.
Tres noches antes del arresto, en una unidad habitacional llamada Villas de Salvárcar, arrancaba el año más violento de Ciudad Juárez. Un comando había irrumpido en la fiesta de unos adolescentes. Quince muertos. Todos jóvenes. Todos inocentes.
En otra unidad habitacional, que podría confundirse con Salvárcar, en una minúscula casa donde la sala se encima a la cocina, Guadalupe Meléndez, la madre de Israel Arzate, empleada de una maquiladora, vio en la televisión: “Masacre en Salvárcar”. Guadalupe lloró de pena. Le dolía lo que le pasaba a Juárez, le dolían las madres que habían perdido a sus hijos.
La noche de la masacre su hijo le había hablado para decirle que iría a una fiesta con la familia de su mujer, en otra parte de la ciudad. Pasaron un día, dos días, tres días sin hablar con su hijo.
Cuatro días después de la masacre, la entonces pareja de Israel llegó a casa de su suegra. No encontraba a Israel. Fueron a la procuraduría, a Derechos Humanos, al Semefo, a la cárcel. Lo encontraron en una base militar.
—¿Qué pasó Israel? ¿Qué hiciste? —preguntó Guadalupe.
Estaba acusado de haber participado en la masacre de Salvárcar. Guadalupe lloró. Cuando se despidió de su hijo, al oído él le dijo: “Me quemaron los testículos”.
En 2011 la Comisión Nacional de Derechos Humanos emitió una recomendación: Israel Arzate había sido torturado dos veces por elementos castrenses para obtener de él la confesión.
Ayer la Suprema Corte de Justicia invalidó la única prueba en su contra, su confesión, por haberse obtenido bajo tortura. A Israel le queda un juicio pendiente: el del coche que, los mismos que lo torturaron, dicen que robó.
La masacre de Villas de Salvárcar sigue impune. No hay justicia. La tragedia no termina.
Twitter: @puigcarlos