La La Land

Las actuaciones de Ryan Gosling y Emma Stone son justas, tomando en cuenta que no son ni cantantes ni bailarines...

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Con su arrollador paso por los Globos de Oro y sus nominaciones al Oscar, no cabe duda que el tercer largometraje de Damien Chazelle ha tocado las fibras sensibles de los cinéfilos. Lo cual es sorprendente porque desde Moulin Rouge (2001) y Chicago (2002), no recuerdo que un filme musical del siglo XXI tuviera tanto éxito de la crítica y del público.

Las actuaciones de Ryan Gosling y Emma Stone son justas, tomando en cuenta que no son ni cantantes ni bailarines, lo cual se nota en algunas escenas donde uno extraña la soltura de Gene Kelly o la precisión de Fred Astaire. Mención aparte merece el afán del director por incluir su afición por el jazz (al igual que en Whiplash), subrayando que es un sonido un tanto olvidado, pero, ni más ni menos, la música del futuro.

Y es que el género no es del agrado de todos. Algunas personas encuentran los musicales soporíferos; otros, cursis y chabacanos. Pero La La Land (2016) juega a ganar, ya que es un pastiche hollywoodense autorreferencial, con ecos de “Cantando bajo la lluvia”, “Un americano en París”, etc. En ello radica su mayor triunfo: al ser filmada en Cinemascope, su estética inmediatamente nos remite a una época en la que el canto y el baile todavía podían ser considerados entretenimiento de calidad, cuestión que cayó en declive ante tantos programas (Glee, American Idol, Dancing with the stars) que saturaron el medio.

La banda sonora, la fotografía y el diseño de producción, hay que admitirlo, son impecables. Chazelle logra lo que a Woody Allen le faltó en su “Café Society”: idealizar al viejo Hollywood que creíamos perdido, mostrando un Los Ángeles ciertamente gentrificado, cuyo mayor encanto radica en que todo puede pasar en esa ciudad cuando se trata de perseguir los sueños. El observatorio Griffith y el cine Rialto, todo como escenografía para esta fábula romántica (a propósito de Woody, él también dirigió un musical “Todos dicen que te amo”). 

A pesar de que este filme apuesta por lo seguro, es de agradecer que asumiera algunos riesgos: contar una historia de amor anticlimática con una narrativa que, con imaginación, se permita digresiones fantásticas, al tiempo que realiza una crítica soterrada en torno a la prostitución del arte en afán del beneficio económico. El juicio sobre esta película bien puede ser resumido parafraseando uno de los diálogos de los protagonistas: -Se siente realmente nostálgica, ¿crees que a la gente le guste? -¡Que se jodan!

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