La libertad de escuchar

Albert Einstein abogó por un espíritu de tolerancia en toda la población para que el pensamiento científico y toda actividad filosófica y creadora avancen lo más posible.

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Para Ortega y Gasset, la cultura es el sistema vital de las ideas que se relacionan con el tiempo, o mejor dicho, el sistema de ideas desde que el tiempo vive. No es tan sólo una metodología de conocimientos. Albert Einstein abogó por un espíritu de tolerancia en toda la población para que el pensamiento científico y toda actividad filosófica y creadora avancen lo más posible.

La cultura es algo unido a la vida, a la existencia individual y colectiva que hace referencia a valores y convicciones.

Cada época está organizada por ciertos principios que es necesario superar con nuevas creencias y formas ilustrativas vitales. La libertad de expresión es un derecho inalienable, primordial para  el progreso de la ciencia y entendimiento intelectual entre todos los hombres. Dicha prerrogativa, amén de ser consagrada y protegida, requiere detonar respuestas propositivas para justificar su razón. 

Una premisa fundamental es el albedrío para crear consensos y trabajar con base en la comunidad -entendiéndose ésta como la unidad que nos hace comunes- como la pauta indispensable para la solución de muchos problemas existenciales. Se hace conveniente privilegiar, conjuntar esfuerzos en lo similar con otros semejantes, no importando la divergencia. Esta sinergia de voluntades, aplicada a resolver el presente y el futuro, exige la determinación de enfrentar con amplitud el reto de hacer llevadero el continuo proceso de la existencia.

Por lo tanto, se hace indispensable y urgente eliminar del diccionario la terrible acepción “soportar”, implícita en la palabra “tolerancia”, y privilegiar, regocijados, la importancia de otro feliz significado implícito: respetar. Podemos poner empeño en considerar lo que no entendamos, pero me parece una atrocidad tolerar -a menos que sea forzoso y no tenga opción- aquello que afrenta mis opiniones. 

Sin embargo, la libertad de expresión, por sí misma, no resuelve el dilema.

La libertad para alcanzar entendimientos que permitan tejer acuerdos debe de ser igualmente dada a conocer y respetada. Debemos promover activamente en la sociedad que conlleva el mismo valor escuchar -analizando objetivamente el mensaje- que la prerrogativa autoasignada de aquellos rabiosos que proclaman su inalienable derecho a hablar, con los oídos cubiertos.

¡Vaya biem!

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