La magnitud de un insulto

No repara, qué pena, en que se trata de un insulto tumultuario (que no admite réplica o defensa).

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A Ismael Enrique Guerra Varela le parece “muy oportunista” que aquí se considere una miserable chingadera el grito “¡puto!” en los estadios.

“Nunca se había manifestado sobre este tema”, le dice al autor de estas líneas. “Tampoco sobre las reglas de admisión que alguna vez tuvieron las discotecas o algún otro tema de discriminación (…). No se entiende esta moralina que de momento le surge y le permite darse ataques (sic) de pecho (…). Se monta en este show creado por la FIFA con la finalidad de atraer reflectores y estar vigente. Si es el caso, bien hecho y logrado, lo felicito”, elucubra.

Emplaza: “Si de verdad usted es honesto, espero escriba de las personas que no respetan los asientos para embarazadas en el Metro, o a gente de la tercera edad…”.

Para este lector, el coro contra el “¡puto!” equivale a ofensas tales como pinche, pendejo y las mentadas de madre.

No repara, qué pena, en que se trata de un insulto tumultuario (que no admite réplica o defensa), ni en los millones y millones de personas a las que se lastima desde el cobarde anonimato.

Pero así razona mucha gente…

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