La princesa está triste

Se adquieren hábitos vagabundos que nos llenan, muchas veces, de conocimientos imprácticos, en muchos casos calificados de inútiles por los hombres de acción.

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Algunos padecen el mal de la divagación, la tentación de desviarse de lo que se hace, se escribe o se lee por las referencias a otros hechos y pensamientos que se presentan en la vida, las narraciones  o  los sesudos magisterios de doctos pensadores, de manera que se adquieren hábitos vagabundos que nos llenan, muchas veces, de conocimientos imprácticos, en muchos casos calificados de inútiles por los hombres de acción que, siendo más disciplinados, hacen avanzar la locomotora humana con rendimientos tangibles.

En cambio, los que padecen de filosofía o de curiosidad impenitente tienen predilección por practicar ese arte del conocimiento inútil, para lo cual es menester aprender a no aprender algunas de las utilerías de la vida que conllevan casi siempre la sosa repetición y el riesgo de convertirse en uno de sus practicantes. 

Si esto no es posible, deberá aprenderse a disimular de la mejor manera que uno “sabe”. Ejemplo prosaico es el de los trabajos domésticos: enchufes, fugas no musicales, sino de gas o eléctricas, goteras y todo tipo de descomposturas que son las formas inmediatas en las que percibimos la entropía del universo y que sirven para probar a sangre fría nuestra capacidad para pasar por ignorantes. 

Un marido estoico y sabio debe aprender a resistir y asumir con entereza las acusaciones de inútil, manteniéndose inflexible, so pena de convertirse en plomero y, además, ser acusado de torpeza y bañado con el oloroso detritus de la fuga de agua y el juicio sumario que seguramente caerá sobre nosotros.

Al final nos espera la respuesta del oráculo sentenciada por Nicanor Parra en uno de sus antipoemas visuales: “Hagas lo que hagas, te arrepentirás”,  por lo que podemos ampararnos en la convicción de que nuestra mujer perdonará condescendientemente nuestra ignorancia de los quehaceres domésticos pero no la inundación de la casa con agua del inodoro y que podremos siempre, cuando la noche es propicia para lo romántico, acercarle otro de los artefactos visuales absolutamente inútiles de Parra, como aquél dedicado a la princesa que está triste, que en este caso, acotamos nosotros, también está molesta: “El mundo está triste porque un muñeco llamado Hamlet tuvo un ataque de melancolía”. 

Obtendremos así una dosis de indulgencia femenina y, tal vez, una copa de vino y una caricia perdonavidas y perruna. Ahora que si no cede, podemos contraatacar y citar al poeta que a estas alturas podría ser más odiado que el fallido plomero: “Antipoesía eres tú”; claro que este tipo de contraataque requiere de un valor y una entereza generalmente ausentes en los practicantes de las artes inútiles,  en mi caso, totalmente.

Ante un posible fracaso y una segura avalancha de improperios de tu impaciente dama, siempre quedará el recurso de que, en vez de buenas noches, nos despidamos de ella como lo hace la “carta del suicida” del gran Nica, pero de manera sólo declarativa y nunca práctica: “Chao, no soporto la música ambiental”. Dormirás como un angelito sintiéndote falsamente valiente. Así sea.

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