La RAE y sus 300 años
La Real Academia y sus satélites, las otras 21 academias, han abierto, con cierta manga ancha, las puertas del idioma a palabrejas y giros inútiles, feos y empobrecedores.
La La Real Academia Española –que no tiene a la lengua en su nombre- celebra este año el tercer centenario de su fundación con una serie de acontecimientos que comenzarán el 26 de septiembre de este año y concluirán en octubre de 2014 con la publicación de la vigesimotercera edición de su Diccionario.
La RAE fue fundada el 13 de febrero de 1713 a iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena, quien se inspiró en la Academia Francesa que tiene los mismos objetivos de la RAE en relación con el idioma francés. Hoy la RAE tiene una especie de matrimonio de conveniencia con otras 21 academias que -éstas sí, se llaman “de la lengua”- establecidas en los países de Hispanoamérica, Estados Unidos y Filipinas.
A lo largo de sus 300 años, la “docta institución”, otro nombre que se ha dado, se ha ocupado, como dice su lema, de limpiar, fijar y dar esplendor al español o castellano, lo que significa, en su pretendido afán: sacudir la paja y la basura y dejar las palabras que, según el criterio de sus 46 integrantes, deben entrar al caudal del idioma; incluirlas en el léxico por ellos aceptado y ponerlas en el diccionario, y embellecer al español con sus aportaciones.
En torno a los festejos de su tricentenario, la RAE ha dispuesto lo que llama celebraciones –en otras épocas les llamaría fastos, pero ahora la palabra suena cuch- que incluyen a partir del 26 de septiembre, “una gran exposición en la Biblioteca Nacional de España: La lengua y la palabra. Trescientos años de historia de la Real Academia Española -cuyos comisarios son los académicos Carmen Iglesias y José Manuel Sánchez Ron-, y terminarán con una nueva edición -la vigesimotercera- del Diccionario de la lengua española y con la celebración de un simposio internacional sobre El futuro de los diccionarios en la era digital. Incluye, asimismo, un gran homenaje a la institución, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Al presentar el programa, en la sede de la RAE, y en presencia de algunos de los patrocinadores del centenario, dice la crónica periodística, el director de la RAE, José Manuel Blecua, señaló que en esta celebración se tendrá en cuenta “la historia gloriosa” de la Academia, se mostrará la labor que se realiza en el presente y se esbozarán las líneas de futuro. “Todo ello sin olvidar el compromiso de la RAE con los hispanohablantes ni la colaboración con las academias hispanoamericanas de la Lengua”.
Y aquí es donde vienen mis comentarios: la RAE y sus satélites, que eso son, no iguales, las otras 21 academias, han abierto, a mi parecer -un parecer de hijo de la cultura y la lengua hispanoamericana, no de docto lingüista, desde luego- con cierta manga ancha las puertas del idioma a palabrejas y giros inútiles, feos y empobrecedores.
Verbigracia: hoy puede usted decir el sartén o la sartén, el chance o la chance (de entrada para que queremos chance si hay oportunidad), pero se resiste a términos de las más urgente necesidad, como muchos relativos a la informática (hay que decir que su resistencia ha sido vencida por la realidad en muchas ocasiones) y pone veinte mil peros a regionalismos y modismos que son de uso común en nuestro países (apenas hace unos años admitió que, en este campo, no sólo hay mexicanismos, peruanismos y colombianismos, por decir algo, sino también españolismos, muchos de los cuales, -esto es de mi cosecha- son horrendos).
Otro punto criticable es su afán de comercializar el idioma y entregar su manejo a corporaciones mercantiles o financieras, por ejemplo un banco que controla a la Fundación del Español Urgente (Fundeu) o su pretensión de cobrar por las consultas a su diccionario que lo único que hace es reunir en un cuerpo más o menos coherente la creación de todos los pueblos que nos expresamos en este idioma magnífico y que sumamos 550 millones de personas.
Afortunadamente, el español es mucho más que 46 “doctos” personajes y sus vasallos de las otras 21 academias por ellos controladas. Felicidades de cualquier modo a la RAE, que sí es útil si usted se ocupa de estudiar el idioma en que nació y en el que ama y vive, y no toma lo que dice ad pedem literae, sino lo somete a un bien informado escrutinio, ni cae en la trampa de creer que los “académicos” son los dueños del español, un bien de todos y para todos.