La reforma que no llega

La reelección de diputados, senadores y presidentes municipales distanciará aún más al poder de la sociedad en su conjunto.

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Se ha aprobado ya una reforma político-electoral. Sus particularidades muestran algunos claros, importantes oscuros y una amplia zona gris. Sin embargo, más allá de las valoraciones puntuales, la reforma destaca por lo que no es.

No es la reforma general de la estructura política del país, que transforme el orden institucional actualmente establecido en la constitución -y que es el mismo con el que funcionaba el régimen de partido dominante que el PRI encabezó por décadas- a fin de sustituirlo por un sistema político hecho para una sociedad plural y contemporánea.

Es absurdo pretender que la democracia plural puede gobernarse con el arreglo institucional diseñado para gobernar desde un partido de Estado (en esos años el PRI).

La forma en que se constituyen los congresos, cómo se regula la participación en elecciones, la limitación de los derechos de los ciudadanos sin partidos y la restricción del número de partidos contendientes son, entre otros factores, elementos que no sólo limitan la calidad de la democracia mexicana, sino que producen el mal funcionamiento permanente del sistema político.

El sistema presidencial mexicano, que supone el dominio absoluto del poder Ejecutivo sobre el poder Legislativo, no puede funcionar bien cuando la sociedad es plural.

Esta pluralidad se reflejará, en democracia, en un Congreso igual de diverso, en el que, salvo excepción que no se ha dado en México en casi dos décadas, el partido del presidente obtuviera una votación aplastante.

Esto se resuelve, en muchos países democráticos, haciendo que sea el congreso quien designe al jefe de gobierno. Esto produce coaliciones plurales en donde desde el principio hay grandes acuerdos que permiten gobernar.

El único cambio estructural que la reforma incluye es la reelección de legisladores y alcaldes. Ahora, bajo la actual dinámica electoral de televisión duopólica, compra y coacción del voto y propensión al caciquismo, la principal aspiración de cada político será perpetuarse en uno de esos cargos, pactando para ello con los poderes fácticos que sea necesario.

La reelección distanciará aún más al poder de la sociedad en su conjunto. La gobernabilidad al margen de la ciudadanía es un sueño autoritario que suele convertirse en pesadilla. Al tiempo.

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