La sencilla alegría

Confundimos la alegría con la diversión, de la misma manera que confundimos ahora el amor con el erotismo.

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Con amor para Gabriela Quiñonez

Vivimos en un mundo que parece definir la alegría como la capacidad de divertirse; en algún momento de nuestro desarrollo como sociedades hemos caído en la creencia que divertirse es el camino para ser feliz; nos engañamos a nosotros mismos imaginando que si acudimos a un lugar con suficiente música, baile y bebidas estamos cultivando la alegría, suponiendo que nos sentiremos permanentemente alegres si atiborramos nuestra vida de situaciones divertidas, como participar de una fiesta en la playa, practicar algún deporte extremo, acudir al cine a ver el último éxito de taquilla o tal vez reír a carcajadas con una comedia en un teatro.

Sin embargo son miles o millones quienes, después de una intensa noche de diversión nocturna, se topan de narices con que a la mañana siguiente no encuentran junto a ellos aquella alegría que pensaban haber atrapado en la diversión de la noche anterior, los mismos que se preguntan cómo es posible que después de haberse divertido tanto se encuentren secos de alegría los días subsiguientes.

Seres confundidos que, procurando divertirse cada día más, imaginan encontrar en algún momento la alegría en sus vidas, y es así como, suponiendo que la diversión les llevará directamente a la alegría, consumen cada día la mayor cantidad posible de fiesta, gente que deseosa de saciar su sed pretende hacerlo con grandes tragos de agua salada.  

Nuestra mirada no llega a descubrir que lo importante no es la diversión, sino la relación que establecemos con los otros al divertirnos. Participar en actos de toda índole que sólo comercializan y masifican el proceso de divertirnos, sin entrar en profunda relación y contacto con el ser humano que tenemos enfrente, es el camino indiscutible para sentirse vacío al acabar la reunión; finalmente no es lo que hacemos lo que nos lleva a la alegría, sino la relación que establecemos con las personas que hacemos las cosas: mientras más relación anónima menos alegría.

Confundimos la alegría con la diversión, de la misma manera que confundimos ahora el amor con el erotismo. Millones de parejas acaban estableciendo una relación basada en el deseo y la pasión, convencidos de que sentirse atraídos y enamorados les llevará forzosamente a las puertas del amor y alegría.

Olvidamos que el enamoramiento es un proceso eminentemente fisiológico, en el que el sistema endocrino genera en nosotros cambios bioquímicos que nos condicionan a sentirnos fuertemente atraídos por aquella persona de la que nos enamoramos. 

Acabamos confundiendo enamoramiento con amor, siendo que el enamoramiento es la puerta de entrada al amor, pero el amor es mucho más grande que el simple enamoramiento, ya que el amor implica decisión consciente, entrega y voluntad de ser para el otro un apoyo para lograr el desarrollo pleno de todas sus potencialidades como persona.

Por eso, tantos confundidos piensan que el amor se acaba cuando el enamoramiento cesa, cuando la realidad es que el amor apenas se quedó en el comienzo por no haberlo sabido cultivar; persiguiendo la sensación y el sentimiento irán de pareja en pareja pretendiendo encontrar un amor que se les escurre entre los dedos, ciegamente convencidos de que el amor es la sensación que tanto anhelan.

Mientras la alegría verdadera se manifestará a aquellos que comprendan que diversión no es necesariamente alegría, que la alegría viene de la convivencia y que esa convivencia es la que transforma un simple enamoramiento en un profundo amor, fructífero, pleno, sencillo y alegre.

Ese amor y esa alegría se reflejan en los ojos de aquellos que, ilusionados, preparan los detalles de su boda como compromiso de vida, que la alegría los alcanza en los detalles de simplemente tomarse la mano en un paseo por la playa, llegando a un matrimonio en el que se desean los domingos para pasarlos juntos, una alegría que se entreteje en el día a día, en cada sonrisa y mirada, yendo juntos a comprar al supermercado o maravillándose por la fuerza de los ronquidos del otro.

Es en la relación con el otro en donde encontraremos el camino a la verdadera alegría; curarse las heridas, apoyarse uno a otro en el dolor, tomarse de la mano al caminar, contemplar juntos una puesta de sol en el mar, cocinar algo entre ambos, reír por los pequeños accidentes hogareños, sentirse acompañado aun en la distancia, dormirse viendo su rostro y despertar viéndote reflejado en sus ojos. ¡Esa es la verdadera, la sencilla alegría!.

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