La tragedia de Fausto

Privilegiar la elección a costa del mandato fue un error. Todo hace pensar que en el explicable propósito de ganar votos se llegó al acuerdo con el crimen organizado.

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Manejar el poder es un desafío mayor. El político profesional lo debe saber; entender lo precario que es la influencia, el apoyo y reconocimiento. Fausto Vallejo antes de ser candidato a la gubernatura seguramente era uno de los mejores alcaldes del país. Así lo constata haber sido por cuatro ocasiones alcalde de Morelia, ciudad con clara inclinación panista. Algo había en el político que generaba confianza y adhesión cada vez que salía a buscar el voto.

Michoacán no es Morelia. El abandono y el deterioro por la ausencia de autoridad significaban la derrota más generalizada y severa no solo del poder público, sino de la misma sociedad. Las expresiones delictivas penetraban el tejido social y la economía en todos sus aspectos. Lo mismo ocurría con la política. Alcaldes, regidores y legisladores sometidos al dictado del crimen organizado. Eso sucedió con el gobierno de Leonel Godoy. Ya su antecesor, Lázaro Cárdenas, llamó la atención al presidente Calderón sobre la gravedad de la situación.

El michoacanazo no alude a un exceso de autoridad frente a funcionarios democráticamente electos. La malograda acción de justicia resulta no de la inocencia de los detenidos, sino de la incapacidad de las autoridades federales de armar bien el caso. Las evidencias obtenidas, seguramente a través de los servicios de inteligencia, no podían integrarse al expediente por varias razones. La derrota de la autoridad representó el aval y empoderamiento de los criminales.

El PRI no tenía con qué ni con quién ganar la gubernatura en 2011. Antes, con Jesús Reyna como candidato, había obtenido un muy lejano tercer lugar. Fausto era, sin duda, la opción. La cuestión no era el PRI, sino el mismo personaje. Sucumbió a la seducción del poder en un estado en generalizada descomposición, al tiempo que su salud menguaba. No se trataba solo de ganar la elección, sino de gobernar y la designación de un equipo capaz de encarar con éxito la situación.

Privilegiar la elección a costa del mandato fue un error. Todo hace pensar que en el explicable propósito de ganar votos se llegó al acuerdo con los factores de poder que más influencia tenían, esto es el crimen organizado. Se vendió el alma al diablo, pues. Hay momentos en los que es preferible no ganar a extraviarse en el camino. En 2006 López Obrador escogió perder antes de ganar el favor de Elba Esther Gordillo. Federico Arreola puede documentar bien el caso. Todo parece, por las cifras de los votos en las zonas templarias, que Fausto escogió ganar a toda costa, incluso de él mismo, como ahora es evidente.

Fausto ganó a Luisa Ma. Calderón por una muy estrecha diferencia. Poco importa que en Morelia los votos le favorecieron de manera clara; a lo que hay que acudir es a las preferencias en Lázaro Cárdenas, lugar bajo el dominio total de los criminales: se votó por el PRD en la municipal (el alcalde y el tesorero están sujetos a proceso por vínculos con el crimen organizado) y por el PRI en la gubernatura.

La historia subsecuente es la crónica del pecado de origen, incluyendo el drama que acompaña al gobernador por la evidencia de la relación de su hijo con el criminal más buscado, Servando Gómez, La Tuta, a raíz de la difusión del video de un encuentro entre ambos. Puede incriminar el testimonio editado de dicho evento. 

Se puede conceder, si se quiere, el beneficio de la duda y dar crédito a la afirmación de que el encuentro sucedió de manera involuntaria por el joven ahora señalado, también de que no denunció por temor a las represalias. Habrá inocencia, pero es un evento más que abona a la tesis del sometimiento del poder público al poder de los criminales.

No menos revelador fue el caso de Julio César Godoy, medio hermano del gobernador y diputado federal protegido por sus pares. Lo de Jesús Reyna, secretario general de Gobierno, es un elemento más de la capitulación del estado frente a los criminales.

El gobierno federal ha tenido que actuar para enmendar una situación grave. Ha sido difícil y complicado, pero los resultados tienen más de positivo que de negativo. Sin embargo, una solución emergente solo puede tener una salida favorable si la respuesta transita por la institucionalidad democrática. 

Por ello los comicios de 2015 revisten la mayor importancia: es la oportunidad de una recomposición a partir de la voluntad mayoritaria y de la confianza pública de los michoacanos sobre quién conduzca los destinos del gobierno. Silvano Aureoles y Luisa Ma. Calderón se perfilan a repetir en la candidatura. Ambos deben entender la magnitud del desafío en puerta y la dolorosa lección que les deja el infortunio de un hombre que al no entender su momento y circunstancia resolvió conducirse a la tragedia.

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