La vida que no florece…

Imágenes y mensajes, sin ser sometidos a mayor reflexión, construyen o destruyen honras y vidas...

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Hoy en día, lo que conocemos a través de Twitter y videos es lo que ciertamente existe y trasciende a la sociedad; lo demás puede ser parte de la realidad, pero no altera el ánimo de la gente; son percepciones momentáneas que no quedan en la memoria colectiva, y poco influyen en nuestro comportamiento.

Imágenes y mensajes, sin ser sometidos a mayor reflexión, construyen o destruyen honras y vidas, y frecuentemente marcan el presente y deciden el futuro de personas y colectividades. No importa si son obtenidos ilícitamente o difundidos en forma anónima. Poco interesan su origen, manufactura, quiénes los pongan a disposición de los medios y el propósito de su difusión.

Antes nos llegaban las noticias, ahora la magia de la comunicación nos ubica en el lugar de los hechos, y muchas veces en tiempo real. Hace unos días el mundo fue llevado, a través de un video, a “presenciar” el degüello del periodista norteamericano en Irak. Millones de seres humanos resultamos “testigos” ictu óculi de ese crimen proditorio.

Lo cierto es que las imágenes del finalmente degollado produjeron un impacto mucho mayor que el causado por miles de despojos humanos entre ruinas silenciosas de viviendas y hospitales en la Franja de Gaza. Escuchamos lo que dijo el periodista segundos antes de que le arrebataran la vida, y debemos preguntarnos: ¿cuántas agonías en Israel y Palestina seguirán siendo ahogadas, entre escombros, por la sangre y el dolor?

Cada gobierno podrá esgrimir razones o sinrazones para defenderse atacando, pero los viles asesinatos nunca serán justificados. ¡Y la matanza no termina allá, ni aquí!

Al referirnos a México vale preguntarnos si tenemos verdadera conciencia social ante docenas de ejecuciones diarias, que suman ya docenas de miles. Muchas de las cuales, por sus  torturas de tal brutalidad y duración, nos deberán tener por afortunado a todo aquel que haya sido acribillado en segundos.

Por todo esto, es urgente rescatar el auténtico significado de la política. No la podemos reducir a una lucha por el poder de dominio y el poseer; debe privilegiar el bien ser y el bienestar de la comunidad. Algún Papa enseñaba que la verdadera política es el camino más ancho de la caridad. Si para la religión cristiana la caridad no se reduce a la limosna que se da, o al auxilio que se presta, pues se define como la principal de las virtudes teologales, y consiste en amar a Dios por sobre todo y al prójimo como a nosotros mismos, bastará a los no creyentes —y a todos— vivir la caridad como actitud solidaria con el sufrimiento ajeno.

La indiferencia ante el dolor de otros termina por ser la causa de nuestro propio dolor.

Las inmensas injusticias que se sufren en el mundo nos imponen, como deber ético, contribuir decididamente a  la generación de bienes públicos que nos permitan a todos nacer, vivir y morir en paz.

Recordemos a José María Peman: “La vida que no florece/ y es estéril y escondida/ y no fecunda ni crece/ es vida que no merece/ el santo nombre de vida”.

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