La violeta chilena

Ella emergió del Chile antártico, para regar con su canto, por los valles de su pueblo...

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Gracias a la vida/ que me ha dado tanto/ me dio dos luceros/ que cuando los abro/ perfecto distingo/  lo negro del blanco/ y en el alto cielo/ su fondo estrellado… 

Ella emergió del Chile antártico, para regar con su canto, por los valles de su pueblo, el mensaje de los pobres, los humildes, los dignos indígenas, de aquellas de tierras de la punta del mundo. Violeta Parra se hizo a la luz en chirique al que ella describió en sus coplas grandiosas, “limitó en su centro con la injusticia”.  

De su padre, el profesor de música Nicanor Parra, hereda la pasión por el canto, y de su madre, Clarisa Sandoval, el arraigo por la tierra. A inicio de los 40 del siglo pasado, se muda a Valparaíso, donde se une a una  compañía de teatro con la que realiza giras por todo Chile. En esas andanzas conoce a un exiliado que pinta un mural en la escuela “México de Chillan”. Se trata nada menos que de David Alfaro Siqueiros. De ese encuentro surgió una canción que escribió, cuando se enteró que el pintor mexicano, se encontraba preso en Lecumberri. Sus últimas estrofas denuncian: “Le roban a sus ojos/ azul del cielo/ de la selva sus verdes/ le prohibieron/ pero no han de quitarle su rojo fuego/ ni la blanca paloma/ de sus desvelos/ Llore todo el que tiene/ el corazón tierno/ que sepultado en vida/ se halla Siqueiros.

Violeta Parra desarrolló un universo musical que quedó plasmado en más de dos mil canciones. Y por si esto no fuera poco -triunfó en Europa grabando en Paris y Londres-, fue la primera latinoamericana (en 1964) en exponer en el Louvre de Francia, una serie de pinturas que fueron un éxito inusitado, que viniendo de una mujer sencilla que desarrolló  el arte pictórico, recogió la admiración de propios y extraños. Por ese tiempo, escribe en su canto la admiración histórica que le tuvo a México y en especial a Emiliano Zapata: Se oscurecieron los templos/ las lunas y las centellas/ cuando apagaron la estrella/ más clara del firmamento/ callaron los instrumentos/ por la muerte de Zapata/ sentencia la más ingrata/ que en México se contempla/ para lavar esta afrenta/ no hay agua en ninguna patria… 

Violeta chilena, la araucana que enalteció con su música a esta América, la que le dio al canto la dignidad de los indígenas; quien peleó con toda su fuerza, contra la adversidad del amor. Aquella que en una elegía, su paisano Neftalí Reyes Basoalto, mejor conocido como el poeta Pablo Neruda, escribió: Santa  greda pura/  Te alabo amiga mía/ compañera/ de cuerda en cuerda llegas/ al firme firmamento/ y, nocturna, en el cielo tu fulgor/ es la constelación de una guitarra… 

Violeta viaja en la memoria popular de los cantos, donde las esperanzas carecen de sueños, y el futuro no es tan claro en esta América del olvido y el llanto. 

Hablar de esta mujer, nos llevaría un espacio más abundante. Su obra prolífica musical le ha dado voz a los desposeídos. Desde su nave de vientos, Violeta la Chilena, viaja sin una cita precisa por la estrella que brillará el día de la liberación de los pueblos oprimidos.

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