#LadySenadora, te tenemos en la mira

Luz María Beristain lo sabe tan bien que propone la creación de una fiscalía, o algo así, para protegerlos a ellos...

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Algunos politicastros o miembros de su parentela nos han hecho el favor a los ciudadanos de escenificar varios numeritos de muy antipática insolencia, para regocijo de quienes frecuentan las redes sociales. La última majadera es una senadora del PRD; miren ustedes que se emperraba en subirse a un avión cuando todos sabemos que no hay fatalidad más irremediable que un vuelo ya cerrado a los pasajeros impuntuales. 

Pues, no lo pudo digerir la señora y comenzó a ostentar groseramente su pertenencia a esa casta de privilegiados que se apoltronan, cuando toca, en las dormilonas de nuestro Congreso bicameral, para presuntamente representarnos a los mexicanos del montón, y que no pueden siquiera comprarse un iPad con la plata de sus bolsillos sino que se las apañan para que seamos nosotros, los contribuyentes, quienes les solventemos la adquisición de ese artilugio tan absolutamente indispensable para el cumplimiento de las tareas legislativas.

Por suerte, esos desplantes ya no pueden consumarse tan alegremente como en tiempos pasados, porque —oh milagros de la sociedad conectada a la internet y feliz poseedora de teléfonos móviles que todo lo registran y todo lo graban— los comunes mortales de nuestros días nos hemos convertido, gracias a esa tecnología, en auténticos reporteros de tiempo completo. 

Nada se nos escapa: por poco que ocurra un incidente mínimamente llamativo ahí estamos, en primera línea, armados de cámaras diminutas que se ponen en funcionamiento a las de ya, con solo oprimir un botón o pulsar esa pantalla donde, luego, no solo podremos reproducir las imágenes sino enviarlas al mundo entero en cuestión de segundos.

Más allá de que la posibilidad de registrar de inmediato cualquier evento nos haya convertido a cada uno de nosotros en un potencial soplón —pregúntenle ustedes al diseñador John Galliano, luego de que lanzara una andanada de invectivas antisemitas en un restaurante de París y de que la casa Diorlo cesara como director creativo por ello, qué opina de esa facultad que tenemos los humanos de la modernidad de transmutarnos automáticamente en delatores de ocasión—, el hecho es que este nuevo poder que tenemos, el de filmar situaciones y trasmitirlas globalmente, nos otorga un arma para defendernos de los abusos del sistema y para denunciar los excesos de potentados, caciques, politicastros, jefecitos engreídos y abusadores de todo pelaje.

Esto, lo de poder exhibir públicamente las conductas del individuo prepotente, es algo así como un pequeño milagro y, en el terreno del ejercicio de la ciudadanía, nos ha transformado a nosotros —los sufridos miembros de una sociedad demasiado acostumbrada al sometimiento, demasiado centrada en la adoración al poder político, demasiado desprovista de instrumentos para tramitar los más elementales asuntos de justicia y, finalmente, demasiado imposibilitada para gozar de derechos verdaderos e inmediatamente aplicables—, nos ha trasformado a nosotros, repito, en un cuerpo de ciudadanos vigilantes perfectamente capaces de revelar irregularidades de toda suerte y, en consecuencia, en individuos exigentes que pueden asegurar, a través de medios como Twitter o Facebook, una saludable rendición de cuentas.

La señora Luz María Beristain, que así se llama nuestra insigne senadora, lo sabe tan bien como para ofuscarse todavía más, luego de maltratar a una empleada de VivaAerobús que resistió ejemplarmente sus embestidas: tan ultrajada se siente por este poder ciudadano del que disponemos ahora, que propone la creación de una fiscalía, o algo así, para protegerlos a ellos, los representantes de la subespecie de politicastros arrogantes, de las arremetidas que podamos consagrarles. Resulta que los maltratamos, pobrecitos, y que necesitan del aparato del Estado para defenderse y ponernos, a nosotros, en nuestro lugar.

Que una tipa tan odiosa e insolente sea senadora de un partido que pretende reconocer las garantías de los mexicanos más desprotegidos es una contradicción del tamaño de una casa. Esta abusadora de gente que hace simplemente su trabajo debiera ser, más bien, embajadora plenipotenciaria de esos “ricos y poderosos” tan satanizados por ya-saben-ustedes-quién.

Pero, bueno, hasta los bienhechores de los “pobres” se marean cuando se suben a un ladrillo.

Lo más leído

skeleton





skeleton