Las reformas estructurales en México –bloqueadas antes por el PRI– son más urgentes que nunca ante las malas condiciones externas y ante la ineficiencia que está demostrando el actual gobierno federal. Basta ver aumentar la tasa de desempleo y la disminución en la estimación del crecimiento del PIB.

Las condiciones están dadas para que estas reformas se concreten. Sin duda ayuda la posición del PAN que siendo fiel a su historia y principios privilegia el interés nacional como partido de oposición responsable y no de obstrucción permanente.

Pero los cambios estructurales en materia económica serán insuficientes –si no es que decepcionantes– si no se acompañan de las debidas reformas políticas y sociales que incrementen la transparencia, la democracia, la rendición de cuentas.

Allí está la diferencia. El gobierno federal convenencieramente desea las necesarias reformas económicas y dejar a un lado o postergar las indispensables reformas políticas y sociales.

Por el bien de México el PAN debe insistir en que las unas deben ir acompañadas de las otras. Y no para la posteridad sino en conjunto. Como tampoco conformarse con una simple reforma electoral  sin cambiar las condiciones políticas y sociales para el avance democrático.

El “primado de la economía” no ha sido nunca la bandera de Acción Nacional. Por el contrario, en su historia y sus principios el PAN siempre ha propugnado por “el primado de la política” que no es lo mismo que el privilegio de lo simplemente electoral. Es decir el cambio democrático de las estructuras que no se agota en simples cambios económicos. 

Se trata de hacer las cosas bien para México. Y más allá de acusaciones de chantaje lo que ocupa no es sólo mejores estructuras económicas sino acabar con viejas y anquilosadas estructuras políticas que dañan a los mexicanos. Esa debe ser la apuesta del PAN si quiere ser fiel a sus principios de siempre.