Lavar el agua, inventar el hilo negro, pintar los taxis…

Es decir que los próximos tres años tendremos en las calles taxis de dulce y de manteca, verdes, morados, rosas...

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Iba muy bien el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, después de haber puesto el tema del ingreso de los mexicanos más pobres en la mesa del debate público.

Tan bien, tan bien, que alguien tuvo la idea de introducir otro tema, uno que confunda al ciudadano y le cueste dinero al proveedor de un servicio. Y sí, ayer se publicó en la Gaceta Oficial del DF que se le cambiará el color a los taxis. La cuarta vez en 15 años con un costo de entre 4 mil y 10 mil pesos por taxista, según reporta mi compañero Ilich Valdez en MILENIO.

Oiga, jefe, dijo alguien en una junta, pero eso está muy sencillo, ¿no deberíamos complicarlo poquito más?

Ahí va: los taxis modelo 2007 y 2008 deberán cambiar de color antes de la revista vehicular de julio de 2015; los modelo 2009 y 2011 tendrán como fecha límite de cambio julio de 2016 y los de 2012 y modelos recientes tendrán hasta 2017 para cambiar de cromática.

Es decir que los próximos tres años tendremos en las calles taxis de dulce y de manteca, verdes, morados, rosas, oro, blancos… hasta que en el 2018 venga un nuevo jefe de Gobierno y ponga otro color, porque usted lo sabe y lo ha comprobado en estos 15 años: los niños capitalinos solo sueñan con llegar a gobernar la ciudad para cambiar el color de los taxis.

No quiero referirme, ni pensar en las, supongo, buenas y muchas razones burocráticas para el cambio: control, limpia de piratas, reestructura de permisos… todas son malas soluciones a un problema de aplicación de la ley. Tampoco me interesa hoy especular sobre posibles corruptelas y transas que seguramente existirán en este proceso.

Me interesa mi ciudad.

Ya lo escribí: las grandes ciudades tienen identidades claramente reconocibles en el mundo y algunas de ellas tiene que ver con sus transportes. Los taxis amarillos, los autobuses rojos de dos pisos, las entradas al Metro, las señales de taxi rojas y blancas. Ahora hasta el Ángel —que tampoco era muy bonito— vamos a quitar por unas letras que no le dicen nada a nadie.

Esas cosas, que uno reconoce como propias de cierta ciudad, reflejan un acuerdo. Uno que perdura más allá de elecciones, preferencias políticas, votos. Un acuerdo nada más. Así de simple como de qué color deben ser nuestras decenas de miles de taxis. Así de importante.

Ni eso.

[email protected]

Twitter: @puigcarlos

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