Lecciones del deporte

Mientras el Kukulcán tenga el feo apodo de Alamo difícilmente me vaya a retratar en la taquilla, aunque no les preocupe o les interese a quienes le endilgaron ese nombre.

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Hoy quiero ponerme deportivo y para empezar por lo bueno, dos sucesos  son dignos de ser tomados en cuenta: en la esfera local, la remontada de los Leones de Yucatán que, tras ir abajo 3-0, pudieron emparejar la serie. Haya sucedido lo que fuere en el séptimo juego, ayer domingo, la lección ahí está: no se rindieron y pudieron alcanzar la última instancia. Colateralmente está la decisión del jardinero dominicano de los Tigres Francisco Peguero, quien, tras sus dos errores determinantes en el que pudo haber sido el último juego en la Zona Sur, con vergüenza deportiva –así lo creo, aunque los llamados cronistas especulen con otras cosas-, decidió ausentarse para no causar más daño a su club. Mis respetos.

La segunda es la ronda clasificatoria del Preolímpico del básquetbol continental, la cual México terminó invicto y demostrando que hay suficiente calidad y amor a la camiseta. Aquí me llamó la atención algo que es necesario en el deporte: intensidad. La quinteta nacional nunca dio un balón por perdido, ni en defensa ni en ataque –y en este aspecto, Gustavo Ayón (hijo de un ranchero nayarita y él mismo hombre de campo que conoce las faenas agrícolas y las disfruta) fue un portento-. El Titán, como le apodan, Jorge Gutiérrez, Paul Stoll, Juan Toscano y séquito les ganaron a dos gigantes del área: Brasil y Uruguay –que son gente blasonada en el mundo- y lo hicieron con autoridad. Venga lo que viniere en adelante (esperemos que el campeonato y los Juegos Olímpicos), la lección está dada: pelear con intensidad rinde frutos, en el deporte y en la vida.

Los millonarios futbolistas mexicanos –y sus corruptos patrones- deberían tomar lecciones de ética con Peguero y de intensidad con Valdeolmillos y sus muchachos. 

Sólo me resta decir que mientras el Kukulcán tenga el feo apodo de Alamo difícilmente me vaya a retratar en la taquilla, aunque no se si les preocupe o les interese a quienes le endilgaron  ese nombre. Le hubieran puesto Kukulcán Dzidzilché o Xkanlol. Como diría Dzereco: masinó.

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