De los lectores académicos

Dentro de la fauna lectora -aparte de los bibliófilos y ladrones de libros- se encuentran los académicos, una especie cada vez más común...

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Dentro de la fauna lectora -aparte de los bibliófilos y ladrones de libros- se encuentran los académicos, una especie cada vez más común, pero de relativamente reciente aparición, ya que los estudios literarios como tales no aparecieron sino hasta el siglo pasado, y los eruditos en estos menesteres solían tener otras profesiones, como la medicina o la abogacía, dado que nunca les cruzó por la cabeza que llegaría un día en que podrían vivir exclusivamente como estudiosos de las letras.

Una vez aparecidos los investigadores -suplantando a especies más antiguas y ya casi extintas como la de los bibliotecarios-, el hábito de leer se fue profesionalizando, al grado de que las personas que solíamos llamar cultas o doctas comenzaron a llamarse licenciados, maestros y doctores, sin que esto significase que supiesen de leyes, que pudieran enseñar ni mucho menos curar a alguien. 

Pues bien, la academia literaria, la poseedora del cáliz sagrado llamado canon, vino a modificar la manera en que estos lectores abordan la palabra escrita, al grado de que se les puede reconocer a simple vista, puesto que, a diferencia de los birladores, éstos suelen andar con todo desparpajo a plena luz del día cargando voluminosos tomos, donde el ojo avezado podrá distinguir cómo sobresalen separadores o papelillos autoadheribles de colores, adminículos de utilidad para marcar y no perder sus preciadas notas.

Y es que, aunque usted no lo crea, de toda la fauna lectora ésta es la única que no necesariamente lo hace por placer, sino por deber u obligación laboral, culminando en un universo literario sesgado por sus líneas de investigación, cuyo único camino es una tesis destinada a empolvarse en la biblioteca de la facultad. El menor desvío en este sendero trazado podría significar el retraso en sus afanosos estudios o, incluso, la pérdida de su modus vivendi, supeditado en la mayoría de los casos a becas y estipendios de dicha índole.

Si existiera duda de la especie con la cual estamos tratando, bastaría con abrir algunos de los libros o fotocopias que suelen tener bajo el brazo para constatar que en los márgenes de dichos volúmenes se encuentran numerosas anotaciones -por lo general hechas a lápiz-, y párrafos enteros señalados con marcadores de colores chillones no aptos para la retina monocromática. Cuando usted aviste alguna de estas desalineadas creaturas con el entrecejo fruncido, ¡apártese! Podría perder toda esperanza en las letras como ocio primordial.

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