El legado de Andrés (5)
La decisión y capacidad de ejercer un poder autocrático, por parte de Andrés López Obrador gozan de un amplio consenso al interior de Morena.
La desconfianza de Andrés López a los principales instrumentos de la democracia (elecciones y representación parlamentaria), así como su decisión y capacidad de ejercer un poder autocrático, gozan de un amplio consenso al interior de Morena.
A esta aceptación contribuye la antigua convicción, extendida dentro de la izquierda partidista independiente, de que la democracia no es el instrumento idóneo para disputar y legitimar el poder, sino que de hecho es un artificio parcial, de clase, que por su dinámica propia garantiza la derrota de los intereses populares. Es por tanto un obstáculo a superar en la búsqueda de un régimen favorable a éstos.
Con tal óptica, el autoritarismo es visto como un garante de la realización de principios y programas políticos justos. En la práctica, esta concepción puede sustentar tanto el respaldo incondicional a las decisiones de López Obrador, como la defensa de la reelección indefinida de presidentes sudamericanos de izquierda, haciéndolo con frecuencia de forma concomitante.
Del lado de los expriistas y experredistas que han seguido a Andrés a Morena, el rechazo a las reglas democráticas y la aceptación del caudillismo tiene bases más pragmáticas, pero genera actitudes comparables. Para ambas vertientes, se trata de un retorno a la comodidad conceptual.
Durante los lustros del crecimiento electoral opositor al PRI, la reticencia a la democracia y las elecciones perdieron consenso y expresión pública, tanto entre la izquierda partidista, en búsqueda de nuevos espacios, como entre los priistas y expriistas, que se veían obligados a disputar bajo nuevas reglas espacios de poder que hasta entonces habían sido su patrimonio.
Habiéndose encontrado estas corrientes en la candidatura de Andrés a la Presidencia en 2006, vieron en el rechazo de su candidato al resultado electoral y en su rompimiento público con el sistema político la confirmación de sus objeciones a la supremacía de las elecciones como medio de legitimación del poder.
Hacia el interior del nuevo partido, pudieron reconfortarse en un neocallismo que, como sucedáneo del stalinismo, ofrece a sus seguidores un camino ya decidido, claro y libre de dudas (y por tanto de la angustia de juzgar y tomar decisiones propias) hacia un régimen popular, bajo el mando firme de López Obrador.