En el año 1882, en la ciudad de Nyack, en el Estado de Nueva York, un 22 de julio, nació Edward Hopper, quien sería uno de los más importantes pintores estadounidenses del siglo XX. Realizó estudios de arte y publicidad,  especializándose en la pintura y en la ilustración. Viajó por Estados Unidos, Canadá, México, y diversos países europeos. Recibió numerosos premios y reconocimientos honorarios. Su paleta y él descansan desde mayo de 1967.

Hopper ha sido descrito como el pintor de la modernidad. En sus cuadros refleja escenas de la vida urbana de la primera mitad del siglo XX, sus edificios, sus calles, los suburbios, las zonas industriales; pinta el exterior y el interior de los espacios cotidianos: casas, oficinas, comercios, restaurantes,  teatros, hoteles. Colorea el paisaje humano de los hombres y mujeres que,  compartiendo las grandes urbes, experimentan la soledad y el anonimato.

Amplifica detalles arquitectónicos, conduciéndonos por puentes y carreteras;  al mismo tiempo que proyecta su mirada analítica a través de las expresiones corporales y faciales de sus personajes.

La naturaleza campestre y marítima es también motivo presente en su obra pictórica, donde el ser humano y los espacios por él construidos son parte del paisaje dibujado. Cobran protagonismo en sus obras las ventanas, las puertas, los anuncios publicitarios, las señales de tráfico. El desnudo femenino es otro de sus motivos recurrentes.

Me imagino al pintor como un ávido lector de su entorno, sobre el que reflexionaba, y del que argumentaba sus opiniones a partir del lienzo y de los colores; quizá por eso, ver sus cuadros es como leer las páginas de una novela, los versos de un poema, el diálogo teatral. Pudiera ser que eso hubiera querido él mismo que dedujéramos de su trabajo artístico, en el que muchos de sus personajes son dibujados al momento de leer.