El siete de enero dos hombres enmascarados y armados entraron a las oficinas de un semanario satírico francés llamado “Charlie Hebdo”, y dispararon sus armas automáticas al grito de “Alá es el más grande”, para asesinar a 12 personas, incluyendo al editor, Charb, ocho empleados y dos agentes de policía nacional gala.

La edición había atraído la atención mundial por sus controversiales portadas, así como las representaciones del  profeta  islámico Mahoma.  Irreverente y estridentemente inconformista en el tono, la publicación es fuertemente atea y de izquierda, mostrándose muy crítica hacia la extrema derecha, el catolicismo, el islam, el judaísmo, etc.

El catorce de enero, Al Qaeda, a través de su jeque Nasser Ben Ali al-Anassi, afirmó que la operación fue planeada por ellos en contra de “aquellos que insultan al profeta elegido”.

Los hechos también han puesto bajo amenaza a Francia de futuros ataques y han causado movimientos violentos de países musulmanes.

A raíz de lo anterior, surgió en diversos espacios (como TRIBUNA MILENIO) la discusión acerca de la libertad de expresión, de si debe ponerse límites, si es legítimo decir cualquier cosa, si es un valor absoluto.

Raúl Trejo Delarbre, colaborador de MILENIO, escribe que la libertad de expresión es la capacidad de decir lo que sea, cuando sea, acerca de quien sea. Pero esa libertad, como cualquier otra, requiere aptitud para enfrentar las consecuencias de lo que se dice en ejercicio de ella. Además de que recuerda la importancia del contexto.

El caricaturista “Jis” señala que ejercer la libertad de expresión es un acto de valentía.

La mayoría de los periodistas coinciden en que ejercer la libertad de expresión no debe afectar la integridad de terceros, aclarando que la integridad no es lo mismo que los intereses de ciertas personas o grupos.