Podía saltar de un barco a otro en medio de una tormenta de la mano del Corsario Negro y enseguida sumergirme en las profundidades en el genial submarino del Capitán Nemo, el temido Nautilus, y resolver lupa en mano y con frases ingeniosas un crimen junto al ridículo y neurótico Hercule Poirot. Viajar en tren de vapor con la ceremoniosa Srta. Marple, que con su tejido de cruz en la mano resolvía los más sangrientos y despiadados asesinatos. Ya no sé si fue desgracia o fortuna que como nací en un país donde sólo había dos canales de televisión, no me quedaba más remedio que hundirme en las fantasías de un libro porque para colmo, ni imaginarme que habían cosas como (en aquella época) los Atari o el trillado Pacman de la tiendita de la esquina.
Más adolescente me hundí en la tempestad narrativa de mi autor favorito: Víctor Hugo, y al ver el avance del próximo estreno de “Los Miserables”, recordé cuan exiguo es el placer cinematográfico comparado con la riqueza infinita de una buena lectura, en especial de ésa, que considero como el coloso de las novelas.
¿Cómo llevar a imágenes o a 3D la descripción casi quirúrgica que hace Víctor Hugo de la batalla de Waterloo, solamente para presentar a Thênardier como uno de los saqueadores de cadáveres luego del enfrentamiento que acabó con Napoleón? Las pasiones, principios y valores de los que me puedo enorgullecer los fortalecí con esos grandes torrentes de narrativa.
No puedo dejar de pensar con nostalgia cuando veo a los niños que me rodean como desprecian eso y reducen su entretenimiento a emociones y estímulos que otros recrean por ellos mientras ya no son capaces de imaginarse un mundo de héroes y gente brillante a través de la lectura, todo lo reciben ya procesado.
Debemos hacer un esfuerzo serio por inculcar a los niños y adolescentes en la literatura universal. Sus autores son una fuente inagotable de moralejas y su lectura asidua; despierta fibras que son imposibles de mover con una computadora o una película. Estas fibras los harán buenas personas y con un sentido de la ética muy acentuado pues los personajes y situaciones que éstas narran son verdaderos arquetipos de bondad, maldad o absolución, que es tan importante en estos tiempos donde todos tenemos tanto que perdonarnos y perdonar.
PS: A mi lado en un supermercado de Estados Unidos había un tipo comprando un M-16, que si le hubieran visto la cara no le hubieran dado ni una resortera; lo de Connecticut es consecuencia de su pésima política de armas.