A Hugo

Toca el turno de una lectura que bailaba entre otras pendientes en mi mente. Hace algunos años tuve el libro en mis manos pero no fui capaz de continuarlo; sabemos que los lectores tendemos a la crueldad, o para excusarnos, no estábamos listos en ese momento. Hermano, el libro descansa ahora en el lugar que lo dejaste, gracias por él en ese entonces y gracias por él ahora.

Llevamos el recuerdo de lo que hemos sido antes, lo que hemos dicho o hecho. Hoy, cada paso hacia delante significa voltear atrás. Sabemos que hemos sido otros. Pensar en los “fantasmas del pasado” supone una ruptura entre lo que hemos construido de nosotros; ya no somos aquella persona, hemos cambiado, vemos la vida de manera distinta, nuestras circunstancias son otras, pensamos diferente, vivimos diferente. Lo cierto es que no hemos cambiado tanto.

Lo de antes (1980), novela del escritor mexicano Luis Spota, traza la historia de Javier Tarzán Lira; cobratario de un banco importante en la Ciudad de México y quien cuenta con el aprecio actual de sus jefes inmediatos y con el reconocimiento pasado de sus colaboradores anteriores en las artes del robo callejero. La empatía es inmediata, nos convence de buena manera su reformado carácter y los intentos constantes por hacer lo correcto; ser honrado en su empleo y mantener a una familia que está a punto de adquirir un nuevo integrante.

El punto de quiebre, de la mano de una narración impresionante, surge cuando el hombre que lo había atrapado en un delito pasado lo busca para establecer negocios unilaterales. De ahora en adelante, Javier tendría que pagar una cuota diaria para vivir tranquilo, no le han dado opción alguna. 

La injusticia puede leerse, así como pueden leerse los golpes y la impotencia de un sistema policiaco que no funciona. Juzgamos a la víctima por su pasado o nos estremecemos por su presente. Nuestras emociones están comprometidas entre un dejo de tristeza y una indignación naciente. Miramos hacia atrás sabiendo que hoy día también es Lo de antes.